MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA
El cuento europeo y España
01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo". La disciplina clericalis en Europa Cuento XI.- La espada
NOCHE 581 »Y me he enterado, ¡oh,
rey!, acerca de la astucia de las mujeres, que un hombre, que pertenecía
al séquito de un rey, tenía una amante y la amaba. Cierto
día el hombre, según lo convenido entre los dos, envió
a su esclavo a casa de ella con un mensaje escrito. El esclavo permaneció
junto a la mujer y empezó a jugar con ella; la joven se sintió
inclinada hacia él y lo abrazó contra su pecho. Entonces
el esclavo le pidió que se unieran, y ella accedió. Pero
mientras se hallaban en tal situación, el dueño del esclavo
llamó a la puerta y la muchacha cogió al esclavo y lo
ocultó en un sótano que tenía la casa; luego
abrió la puerta. Entró espada en mano y se sentó
en la cama de la mujer. Ésta se puso a bromear y a juguetear
con él, a abrazarlo contra su pecho y a besarlo y, al fin, se
unió a él. Pero, de repente, el marido de la mujer llamó
a la puerta.
—¿Quién es?,
le preguntó el hombre.
—Mi marido. —¿Qué
hago? ¿Qué estratagema he de adoptar?
—Levántate —le
dijo la mujer—, desenvaina tu espada y colócate en el pasillo:
allí me insultas y lanzas improperios contra mí, y cuando
mi marido entre, vuelve la espalda y márchate.
Así lo hizo él. Cuando
el marido entró, vio que el tesorero del rey estaba en pie, con
la espada desenvainada en la mano, e insultaba y amenazaba a su mujer;
pero cuando vio al marido de su amante se avergonzó, envainó
la espada y salió de la casa. El hombre preguntó a su
esposa:
—¿Cuál es la
causa de todo esto?, y ella contestó:
—¡Bendita
sea la hora en que has venido ! Has librado a un alma creyente de la
muerte. Yo estaba sentada en la azotea, hilando, cuando un esclavo perseguido
y fuera de sí entró en casa temblando de miedo de ser
matado. Y ese hombre, con la espada desenvainada, corría tras
él deseoso de cogerlo, por lo cual el esclavo se puso ante mí,
me besó manos y pies y dijo: "Señora mía,
líbrame de quien injustamente quiere matarme". Y yo lo escondí
en el sótano de nuestra casa. Cuando ese hombre entró
con la espada desenvainada y me preguntó por el esclavo, negué
haberlo visto y entonces él se puso a insultarme y a amenazarme
según has visto. Alabado sea Dios que te ha traído a casa,
porque yo estaba perpleja, y no había nadie para salvarme.
—Sí,
has hecho bien, mujer —le dijo el marido—. Dios te recompense
por haber obrado rectamente.
A continuación se dirigió
al sótano y llamó al esclavo:
—Sal fuera —le dijo—,
y no te ocurrirá nada malo.
Salió del sótano, muy
asustado, mientras el hombre le decía:
—Tranquilízate,
no te sucederá nada malo, al tiempo que se compadecía
de lo que le había ocurrido.
El esclavo dio las gracias, elevando
plegarias a Dios por él, y salieron juntos, sin que el marido
supiera lo que había urdido su mujer.
»Sabe, ¡oh, rey!, que todo esto forma parte de la malicia femenina. Por lo tanto, no te fíes de lo que dicen las mujeres.» Y el rey desistió de nuevo de dar muerte a su hijo. (Planeta, 90, pág. 305-6)) |