MASTER EN LITERATURA COMPARADA EUROPEA

El cuento europeo y España

01.- Pedro Alfonso, el primer español autor de cuentos "europeo".

La disciplina clericalis en Europa

Cuento IX.- El Vendimiador

02.- HEPTAMERÓN de Margarita de Navarra

JORNADA PRIMERA

[...]—Estoy segura de que Simontault desea hablar, así que le cedo la vez, ya que después de dos tristes narraciones él no querrá decirnos una que nos haga llorar.
— Os lo agradezco —dijo Simontault—, porque en cediéndome vos la palabra, casi no será preciso que me tildéis de divertido, nombre que encuentro desagradable; y para vengarme os demostraré que hay mujeres que simulan ante algunos que son castas durante cierto tiempo, pero al fin se muestran como son; podéis verlo en una historia que voy a contaros.

Narración VI.- Sutileza de una mujer que hizo evadirse a su amigo cuando su marido, que era tuerto, iba a sorprenderles.

 

 

Hubo una vez cierto mayordomo de Carlos, el ultimo duque de Alençón, que había perdido un ojo y estaba casado con una mujer mucho más joven que él, a quien su señor y su señora amaban tanto como merecía por el puesto que ocupaba en su casa; y no podía ir, tan frecuentemente como hubiera querido, a ver a su mujer. Esto dio ocasión a que ella olvidara su honor y su conciencia y se enamorase de un hidalgo, amores que a la larga hicieron tanto ruido que el marido acabó por enterarse, pero no podía creerlo por las grandes muestras de afecto con que su esposa lo recibía. Aun así, un día pensó que debía hacer una prueba y vengarse, si podía, de quien le hacía tal afrenta. Para conseguirlo fingió que se iba a cierto lugar próximo para dos o tres días. Creyéndose que había ido, su mujer envió a buscar a su amante, y no habría pasado ni media hora cuando llegó su marido, que llamó fuerte a la puerta. Ella, conociéndole, advirtió a su amante, que hubiera querido estar en el vientre de su madre y que maldecía de ella y del amor, que le habían colocado en semejante peligro. Aquélla le pidió que no se preocupase y que ella encontraría el modo de hacerle salir sin vergüenza ni daño y que se vistiese lo más rápidamente posible.
Mientras tanto, el marido llamaba a la puerta y gritaba tan alto como podía. Ella fingía que no le conocía y gritaba al criado:
—¿Por qué no os levantáis y vais a hacer callar a los que llaman a la puerta? ¿Son éstas, horas para venir a molestar a casa de gentes de bien? Si mi marido estuviera aquí ya os guardaríais!
El marido, al oír la voz de su mujer, la llamó lo más alto que pudo:
—Esposa mía, abridme. ¿Me vais a hacer permanecer aquí hasta el amanecer?
Y cuando vio que su amigo estaba en condiciones de salir, abrió la puerta y empezó a decir a su marido:
—¡Oh esposo mío!, qué contenta estoy de que hayáis venido; estaba soñando algo maravilloso como no se puede imaginar. Soñaba que habíais recuperado la vista de vuestro ojo.
Y abrazándolo y besándolo lo cogió por la cabeza y tapó el ojo bueno mientras le preguntaba:

—¿No veis mejor que de costumbre?
Y mientras no veía ni gota hizo salir a su amigo, lo que el marido sospechó y le dijo sin poderse contener:
—Mujer, nunca más estaré a tu acecho, pues queriendo engañarte he recibido el engaño más fino que nunca se ha inventado. Dios quiera castigarte, pues no hay hombre que pueda dar órdenes a la malicia de una mujer si no es matándola. Pero ya que el buen trato que te he dado no ha podido servir para tu enmienda, puede ser que el despecho que te demostraré de hoy en adelante te castigará.
Y diciendo esto se fue y dejó a su mujer muy desolada. Mas después, por oficios de parientes, amigos, excusas y lágrimas, aun volvió a su casa junto a ella.

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—Por todo lo cual podéis ver, señoras mías, cuan pronta y sutil es una mujer cuando se trata de escapar de un peligro. Y si para encubrir un mal encuentra remedio con tanta prontitud, para evitarlo o para hacer algún bien, su espíritu sería aun más sutil: porque el buen espíritu, como siempre oí decir, es del más fuerte.
Hircan le contestó:
—Podéis hablar de sutilezas cuanto queráis; pero según la opinión que tengo de vos, no sabríais celarlo, si el caso os llegara.
—No sabéis cuánto os agradezco —respondió ella— que me tengáis por la más tonta del mundo.
—No digo tal —exclamó Hircan—, pero creo que sois de aquellas que más se extrañarían de un ruido y no de las que con astucia lo acallarían.
—Os parece —dijo Nomerlide— que todo el mundo es como vos, que con un ruido mayor queréis cubrir los menores. Pero hay el peligro de que la cubierta arruine a lo que cubre y que el cimiento se cargue tanto que al fin se arruine el edificio. Pero si pensáis que las argucias de los hombres, de las que cada uno se estima bien provisto, son mayores que las de las mujeres, os dejo mi turno para que nos contéis otra historia. Y si queréis tomaros a vos mismo por ejemplo creo que aprenderíamos bastante malicia.
—No estoy aquí —dijo Hircan— para hacerme pasar por peor de lo que soy, pues hay algunos que dicen que soy peor de lo que quiero que digan.
Al decir esto miró a su mujer, que le dijo de repente:
—No temáis por mí en decir la verdad, pues me será más fácil oíros contar vuestras astucias que véroslas hacer ante mí, ya que no hay ninguna que pueda hacer disminuir el amor que os tengo.
Hircan respondió:
—Igualmente, no me quejo de las falsas opiniones que de mí habéis tenido. Y ahora que ya nos conocemos el uno al otro es la ocasión de la mayor seguridad para el porvenir. Pero si no soy tan tonto como para referiros una historia mía cuya verdad os pueda molestar, os contaré una de uno de mis amigos.

(Marte, 71)