2.3.4.- Otros preceptistas: Ricardo del Turia
o Francisco Cascales
Francisco de Cascales: Cartas filológicas.
Década 2ª, epístola III (1626)
Epístola III
Al Apolo de España, Lope de Vega Carpio
En defensa de las comedias y representación
de ellas
Muchos días
ha, señor, que no tenemos en Murcia
comedias; ello debe
ser porque aquí han dado en perseguir
la representación, predicando contra ella, como
si fuera alguna secta o gravísimo crimen. Yo he considerado
la materia, y visto sobre ella mucho, y no hallo causa urgente
para el destierro de la representación; antes bien muchas
en su favor, y tan considerables, que si hoy no hubiera comedias,
ni teatros de ellas, en nuestra España, se debieran hacer
de nuevo, por los muchos provechos
y frutos que de ellas resultan. A lo menos a mí me lo parece.
V. m. se sirva de oírme un rato por este discursillo,
y decirme lo que siente, y pasar la pluma, como tan buen crítico,
por lo que fuere digno de asterisco; que siendo v. m. el que más
ha ilustrado la poesía cómica en España,
dándole la gracia, la elegancia, la valentía y ser
que hoy tiene, nadie como v. m. podrá ser el verdadero
censor.
Así como entre los romanos
tuvo la representación de tragedias y comedias firme asiento
y alzó cabeza, hubo teatros, hechos por el pueblo romano,
según Tácito, libro XIV de sus Anales, y Ausonio,
in Sapientes, donde se hiciesen estos juegos escénicos.
Y aunque al principio todo el auditorio de caballeros y ciudadanos
estaba indistintamente junto, después, creciendo esta arte
histriónica, creció también el gusto y curiosidad
de oírla; y así se hicieron
separados y distintos lugares para los senadores, para los caballeros,
para las mujeres y para la gente plebeya.
El imperio romano, como al peso de su potencia trajo a sí
todas las naciones, también trajo todos los vicios,
y de la peste de ellos quedó tocada la representación,
tomando larga licencia para hacer y decir torpezas y deshonestidades,
hasta representar en el tablado descaradamente concúbitos
torpes con lascivos meneos, irritantes a lujuria. ¿Qué
os diré?, sacaban al tablado mujeres
desnudas y hombres desnudos, mujeres públicas y
muchachos perdidos y sucios, que acabada la comedia llamaban a
los oyentes para usar con ellos. Véanse Tertuliano, Arnobio,
Cipriano, San Agustín y otros padres de la Iglesia, que
reprehenden estas abominaciones. Vino a tanto extremo la desvergüenza
de esto, que la ley con justa razón condenó a los
representantes a graves penas, y
los dió por infames y privó
de oficios públicos, hasta ponerlos en predicamento de
esclavos. Y algunos emperadores los desterraron de toda Italia,
aunque otros los hicieron volver y honraron de manera, que fué
menester poner remedio en las muchas dádivas y honras que
los príncipes les hacían.
Cornelio Tácito dice que Augusto César, ya por dar
contento a su gran privado Mecenas, que favorecía a un
famoso bailarín llamado Batilo, ya porque él tenía
particular gusto en ello, se hallaba muchas veces en los teatros,
con que hacía no pequeña lisonja al pueblo. Y añade,
sobre este lugar, Lipsio que el mismo Augusto inventó la
representación de los pantomimos; y Suidas y Zozimo escriben
que antes de Augusto no los hubo, aunque César Bulengero
dice que sí los hubo.
En aquel tiempo, y antes y entonces entre los griegos, se ejercitaba
mucho y de muchas maneras la representación. Había
histriones, según Ravisio, thymélicos, ethólogos,
chironomos, rapsodos; había representación de comedias
y tragedias, y de mimos, que eran unos entremeses
de risa, pero con grande disolución y lascivia;
había representación de bailarines, que representaban
cualquiera acción, o fuese de amores, o alguna batalla,
o toma de ciudad. Como se dice de Telestes, que delante del rey
Demetrio danzó el concúbito de Marte con Venus con
tanta propriedad, que le dijo el rey: "Haces, amigo, tan
al vivo esa representación danzando, que me parece que
lo veo todo, y que lo oigo". Y las saltaciones eran en dos
modos, una Pírrica o armada, y otra Eumelia o pacífica.
Había otra representación de músicos, que
imitaban y hacían al vivo cualquiera acción, con
su varia y dulce armonía de instrumentos musicales. [...]
Pero agora ya la representación
está castrada; ya tiene maniotas, que no la dejan salir
del honesto paso; ya tiene freno en la boca,
que no le consiente hablar cosa fea; ya vive tan reformada,
que no hay ojos linceos de curioso que le ponga nota alguna. Gracias
a Dios y a nuestro cristianísimo rey y a sus sapientísimos
consejeros, que han examinado esto con tanta curiosidad y atención,
que cuantas circunstancias podían agravar este caso las
han mirado y previsto, prescribiendo a los representantes los
términos de la representación, sometiendo
a varones doctos el examen de las comedias, hasta mandar
que no yendo firmadas o rubricadas del real Consejo no se puedan
representar en parte ninguna.
Supuesto, pues, que hoy se representa sin
deshonestidad, se danza sin movimientos irritantes y se
canta tan modestamente como vemos, no ha lugar la ley que los
amenaza; no ha lugar el decreto romano que los destierra; no han
lugar los cánones de los pontífices que los condenan;
no han lugar las reprehensiones de los santos. Concluyo, en fin,
que la representación de las comedias
es lícita.
Sobre esto habla largamente Homobono y el P. Mendoza en su Quodlibeto,
y resuelven que oír comedias, o representarlas,
o consentirlas, no es pecado mortal, no siendo las representaciones,
bailes y cantares torpes y lascivos, aunque
las comedias sean profanas, y aunque representen mujeres, y aunque
éstas se vistan en hábito de hombres. Si
bien advierte el P. Mendoza que si alguno hubiere tan flaco y
fácil, que con cualquier pequeña ocasión
de mujer tiene proclividad al pecado, que este tal hará
mal de meterse en el peligro de pecar.
El P. Tomás Sánchez, religioso de la Compañía
de Jesús, libro De matrimonio, dice y concluye
que decir o escribir o oír palabras
torpes y deshonestas no es intrínsecamente malo, sino indiferente;
porque de las circunstancias y fin del que habla, escribe o oye,
pende la bondad o malicia; que como las palabras son señales
significativas del concepto, en tanto serán malas o buenas,
en cuanto los conceptos son malos o buenos; y el conocimiento
de las cosas torpes es indiferente, porque puede mirar, ya a buen
fin, como es la investigación de la malicia moral, ya a
mal fin, como al fomento de la lujuria. Y concluye también
que es solamente pecado venial hablar palabras deshonestas por
alguna vana causa, o por deleite del artificio y curiosidad, como
no haya delectación venérea y lasciva. Y para lo
dicho trae a Cayetano, a Filarco, a San Antonino, a Navarro, a
Juan Hessels y a Graffis y a otros.
Pues ¿qué será no habiendo acciones, bailes,
ni cantares torpes y lascivos, sino tan limitados y compuestos
como hoy los vemos en las comedias? Será lo que infiere
el dicho autor: que cuando las cosas que se representan no son
torpes, y el modo de representar no es torpe, no
pecan mortalmente los que los representan, ni los que las oyen,
ni los que las consienten, ni los poetas que las escriben, ni
los clérigos que asisten a oírlas, no obstante la
prohibición del capítulo "Clerici"
y el capítulo "Non oportet"; porque, según
Cayetano, pueden lícitamente asistir cesando escándalo
y menosprecio, el cual cesa hoy, a parecer del P. Tomás
Sánchez.
Ya que se puede representar y oír representar con este
salvoconducto de que los representantes no traen la peste contagiosa
de la deshonestidad y lascivia, consideremos agora si
el artificio de la representación y el de la comedia y
tragedia es de algún provecho
para la vida humana. ¿Cómo de alguno?, de
infinitos. El P. Martín Antonio Del Río, religioso
de la Compañía de Jesús, en sus comentarios
sobre las tragedias de Séneca, en el prolegómeno,
dice que en la tragedia se nos propone la
vida y costumbres que habemos de huir y abominar, y en la comedia
el género de vida que nos conviene seguir; y en
confirmación de esto trae unos versos de Timocles, poeta
griego [...]
Los poetas son
cisnes que siempre cantan divinamente, águilas que se trasmontan
a los cielos, ríos que en vez de agua manan candidísima
leche, láminas donde se imprimen y quedan eternamente las
leyes de amor, las de justicia, las de misericordia, las condiciones
y preceptos de la vida humana. Vamos, vamos
al teatro escénico, que allí hallará
el rey un rey que representa el oficio real; adónde
se extiende su potestad; cómo se ha de haber con los vasallos;
cómo ha de negar la puerta a los lisonjeros; cómo
ha de usar de la liberalidad, para que no sea avaro ni pródigo;
cómo ha de guardar equidad, para no ser blando ni cruel.
Vamos al teatro, y veremos un
padre de familia, que con su vida y costumbres, y con sus
consejos, sacados de las entrañas de la filosofía,
nos enseña cómo habemos de gobernar nuestra casa
y criar nuestros hijos.
Minturno dice, con Cicerón, que la
comedia es imitación de las costumbres y imagen de la verdad.
¡Oh cielos, que sea esto certísimo, y haya quien
exclame en los púlpitos, y acuse y reprehenda y condene
la representación a las eternas penas del infierno! No
sé con qué razón se defiende; no sé
qué leyes, qué textos tiene en su favor; no sé
qué espíritu le mueve la lengua. Trepidaverunt
ubi non erat timor. «Temblaron de pies y manos donde
no había peligro que temer.» ¡Oh hombres sin
hombre! ¡Oh corazones sin corazón! La comedia dice
este autor que es imitación de las
costumbres. [...]
Pues si tenemos
en el teatro poesías que nos descubren las rayas de la
naturaleza humana, y nos avisan del mal y del buen suceso que
nos aguarda, y nos traen a la memoria los varios acontecimientos
de la vida, y de ellos nos hacen un mapa universal, donde cada
uno conoce y ve como en espejo sus costumbres, por las del otro
que allí se representa, y aprende
aquello que le ha de ser de provecho, y abomina aquello que le
ha de ser dañoso y veneno mortal si lo toma y sigue,
por el fin y paradero en que el otro vino a dar, ¿podrá
decir alguno que la representación no es útil y
provechosa? ¿Qué padre ve un hijo en el tablado,
desbaratado y vicioso, que acaba en un infortunio, afrenta o muerte
desgraciada, que no desvía el suyo de los pasos por donde
aquél anduvo? ¿Qué madre ve una alcagüeta
en el teatro, que entra en cas de la otra matrona en son de venderle
tocas, pebetes, ungüentillos y otras buhonerías, y
debajo de aquella simulada santidad trae a la hija el billete,
y si puede, la habla y persuade que dé contento al galán
que la sirve con vicioso intento, y no queda con esto advertida
para no recibir en su casa tales viejas, tales Lamias, tales Circes?
No es menester singularizarlo todo; que por las uñas se
conoce el león.
Dice también que la comedia es imagen
de la verdad. Dice verdad; porque, si bien los poetas,
principalmente cómicos, por la mayor parte cuanto representan
es fingido, y la acción que toman no pasó jamás,
sino que ellos inventan el argumento y los nombres de las personas,
esto hacen para representar más al vivo lo que importa
a nuestras costumbres y al bien político y doméstico.
Declárome: dice Aristóteles, en su Poética,
capítulo VII, tratando de la diferencia que hay del historiador
al poeta, que no es oficio del poeta narrar
los casos sucedidos propriamente como sucedieron, sino como pudieran
suceder verisímil o necesariamente.
Por donde viene a ser la poesía más
excelente que la historia; y la causa es, porque aquélla
mira a objeto universal, y ésta particular. [...]¿el
poeta que esto finge, diremos que miente?, ¿diremos que
dice contra la verdad? No por cierto; antes diremos que debajo
de aquel argumento fingido nos pone un espejo y una imagen de
la verdad. [...]
No quiero sepultar
en silencio la viva y natural acción
de los representantes, que con ella levantan las cosas
caídas, despejan las obscuras, engrandecen las pequeñas,
dan vida a las muertas. [...] aun a los más excelentes
poetas les añaden tanta gracia y los realzan de manera,
que aquellas mismas poesías que les oímos, cuando
las leemos nos agradan infinitas veces menos, y cebados de la
buena acción nos hacen oír con gusto vilísimas
raterías, y hacen que nos agraden poetas que puestos en
nuestra librería no nos acordamos de ellos, y en los teatros
son celebrados con grande copia y frecuencia de gente. [...] del
arte histriónica aprende el orador sus acciones,
salvo que tiene algunas la histriónica que no convienen
a la gravedad del orador, y éstas son las acciones mímicas,
que son las que se usan en los entremeses o en los graciosos y
vejetes de la comedia.
El representante, pues, sabe muy por menudo todo el oficio de
la acción; la cual dice Quintiliano agudamente que es elocuencia
del cuerpo; y así
por todos los miembros dél va dando preceptos. De la cabeza
dice que, así como ella es la parte principal en el cuerpo,
lo es también en la acción, y que ha de tenerla
el que dice, derecha, no baja como bestia, no torcida hacia tras
como estrellero; pero si quiere significar arrogancia, la puede
levantar; si tristeza, bajar; si dolor, inclinarla. El movimiento
de la cabeza sea conforme a lo que dice, si niega, si concede;
y corresponda con la acción de las manos; y el aspecto
y semblante siga la significación de la cosa con moderación,
porque el demasiado afecto es vicioso. Con el semblante nos mostramos
humildes, bravos, blandos, tristes, alegres, soberbios y benignos.
Lo primero que miramos en el que habla es el semblante; con éste
amamos, con éste aborrecemos, y con éste entenderemos
muchas cosas antes de hablar. La ceja, el soberbio y el que se
admira la levanta, el que está triste la baja. Las narices
hincha el airado; la honestidad pide los ojos serenos, la vergüenza
bajos, la ira encarnizados, el dolor llenos de agua, el amor risueños
y lascivos; y para no ser prolijo, no hay parte en el cuerpo que
carezca de acción sujeta a las leyes de la histriónica.
Pues si sabemos por lo dicho que la acción es la que predomina
en el oficio del orador, del predicador,
de cualquiera que habla, y la victoria de lo que dice consiste
en la acción, ¿quién negará el
provecho de esta arte? Parece que basta lo dicho en abono
de la poesía y de la representación; sólo
querría desatar un lazo a mi parecer gordiano, y es éste:
¿cómo se puede creer que las tragedias y comedias
son útiles y buenas, pues Platón expele de su república
a los trágicos, cómicos y mímicos poetas,
como a personas indignas del comercio humano? Espanta el rigor
de Platón; [...] que si esperamos hasta el plaudite y hasta
la solución de la fábula, veremos el mal fin en
que éstos paran; el merecido castigo que del cielo tienen;
las desgracias en que se ven en el discurso de su vida hasta la
muerte. Y considerando esto, de la misma manera que el buen ejemplo
del virtuoso me incita a los actos de virtud, así el desastrado
fin de éstos me espanta y aparta del vicio y de los caminos
por donde se perdieron. De modo que no menos me enseña
el malo con su fin desastrado, que el bueno con la gloria que
alcanza de la virtud. Éste me llega a su trato, aquél
me aparta del suyo; éste me pone amor en su buen ejemplo,
aquél me pone temor con sus infortunios, y ambos, en fin,
hacen en mí un mismo efecto, que es llevarme
al camino de la salvación. ¿Los padres de
la Compañía y otros religiosos no predican
sermones que llaman de ejemplos?, ¿qué ejemplos
son éstos? Unos de hombres viciosos,
que acabaron en mal o se convertieron milagrosamente; otros de
hombres virtuosos, que con su vida y costumbres edificaron muchas
almas. ¿Qué otra cosa hacen los poetas con sus imitaciones
de buenos y malos?, ¿no hacen lo mismo? Luego Platón
no tuvo suficiente causa para la expulsión de los poetas,
ni nadie para la expulsión de las comedias.
Últimamente, digo que no sólo la comedia enseña,
pero que también deleita,
[...] Cuanto más que, fuera de que el principal deleite
de la poesía nos viene por la imitación, tiene mil
ayudas de costa para delectar: tiene los inopinados acontecimientos;
tiene la tela del argumento tejida de varios enredos; tiene el
artificio secreto que por debajo mina los corazones; tiene la
diversidad de las personas; tiene las descripciones de los países,
de los ríos, de los jardines, de los páramos y soledades;
tiene la conexión y solución de la fábula;
tiene la mudanza de una en otra fortuna, y tiene más que
nadie sabrá decir. Y así lo dejo, porque callando
lo reverencio más, y en el pensamiento celebro lo que no
he dicho por cortedad de ingenio.
Nuestro Señor a v. m. guarde. Murcia y Julio 5.
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