Literatura Española del Siglo XVII

14.- Teatro breve

01.- LOA

1.6.- Cultivadores: todos.

Agustín de Rojas: El viaje entretenido (1602) Libro 1, loa 9

Un cuento vengo a contaros,
y no sé por dónde empiece;
sospecho que es muy gracioso;
oíd, que yo seré breve.
Tuvieron entre los dioses
allá en el cielo un banquete,
a honra de Lampetusa
y del hijo de Climene.
Halláronse en él Apolo,
Júpiter omnipotente,
el fuerte nieto de Atlante,
y aquel hijo de Semele,
Vulcano, Saturno, Marte,
y los dioses que en la fuente,
de temor de aquel gigante,
se convirtieron en peces;
el dios Eolo, Neptuno,
Frijo, con su hermana Hele,
y las que en los desposorios
del Dios Peleo y de Tetis,
por la manzana compiten
a quien más hermosa fuese;
y aquélla que calurosa
llegó a beber a una fuente,
que unos rústicos la impiden
y ella en ranas los convierte;
la diosa de la elocuencia,
Doris, Anfitrite y Ceres.
Después de haber bien bebido
y estar los dioses alegres,
entran todos en consulta
diciendo que les parece
que ya la Luna es muy grande
y está a pique de perderse,
que será razón casarla
por el decir de las gentes.
Los dioses dicen que es justo
y que se case conviene,
porque doncellas y hermosas
están en peligro siempre.
«Que se le busque un marido
humilde, noble, prudente,
muy honrado y principal,
de buen talle y buena suerte,
no jugador ni vicioso,
ni de aquestos galancetes
todos palabras y plumas.»
Y los dioses lo conceden.
A llamar envían la Luna
y ella muy compuesta viene,
con los ojos en el suelo
como las doncellas suelen,
muy mesurada y honesta,
hermosa más que otras veces,
porque en aquesta ocasión
dicen que estaba en creciente.
Díjole Apolo: «Hija mía,
aquestos señores quieren
casaros, porque no diga
el vulgo errante e imprudente
que estáis sola y sin marido;
mirad vos lo que os parece».
Ella respondió muy grave:
- Perdonen vuesas mercedes,
que no me puedo casar,
porque ha más de cinco meses
que he dado mano y palabra
por el decir de las gentes.
-¡Cómo palabra! ¡oh, traidora!
¡oh, Luna infame! ¡oh, insolente!
Échenla luego del cielo;
ninguno por ella ruegue.
Alborótanse los dioses,
levántanse los parientes,
unos dicen que la maten,
otros que bien lo merece.
Mas las diosas, como nobles,
y al fin fin como mujeres,
que ya saben en qué caen
estos dimes y diretes,
no haciendo arrumacos de esto,
les dicen que no se alteren,
y pregúntanle a quién ama:
y responde que al Sol quiere.
«Pues si es el Sol, dijo Venus,
luego al momento se ordene
que el Sol y Luna se casen;
a llamarle al punto vuelen».
Van luego, avisan al Sol,
vino humilde y obediente,
mandan que la dé la mano
a la Luna, y él, alegre
y con su suerte dichoso,
aquel mandato obedece.
«Para en uno son», les dicen,
estando Himeneo presente.
Fue la Luna a replicar,
mas de vergüenza no puede,
y al fin se casó por fuerza,
por el decir de las gentes.
Publicase por el cielo
que se hagan fiestas solemnes,
que se enciendan luminarias,
haya toros con cohetes,
cañas, justas y torneos,
haya saraos y banquetes,
máscaras y encamisadas,
buenas farsas y entremeses;
que vayan luego a la Tierra
y traigan sin detenerse
a la compañía de Ríos
para que les represente,
saquen telas y brocados,
haya bordados, jaeces
y, sobre todo, que al punto
un sastre o dos les trujesen,
para cortar los vestidos
a los novios; van y vienen,
y traen un sastre famoso
de aquestos que nunca mienten.
Toma medida a la Luna,
llena entonces y en creciente,
para jubón, ropa y saya
de tela morada y verde;
y en secreto al sastre pide
le traiga, cuando volviere,
dos reales de solimán,
pasas, arrebol, afeite,
unto de gato, sebillos,
y alguna muda si hubiere,
para ponerse en la cara,
por el decir de las gentes.
Vínose el sastre a la Tierra,
y empieza muy diligente
a procurar oficiales,
a visitar mercaderes.
Sacando lo necesario
para un caso como aqueste,
hiciéronse los vestidos,
y hechos, al cielo se vuelve.
Recíbenle con gran honra
(que cualquier hombre que tiene
fama de bueno en su oficio,
que le honren todos merece).
Vino la Luna a probarse
sus galas, no muy alegre,
porque estaba ya en menguante,
y tan anchazas la vienen,
tan sin proporción, tan largas,
como a una niña de dos meses
los vestidos de su madre,
y aún más si más venir pueden.
Muy enojada la Luna,
admirados los presentes,
penoso el sastre y confuso,
le mandan que los enmiende,
que los achique y acorte;
el desventurado viene
admirado del suceso,
y en los vestidos se mete
como en tierra de enemigos:
corta todo cuanto puede
y hurta más de la mitad,
por el decir de las gentes.
Vuélvese al cielo otro día,
amanece no amanece,
cuando el Sol salía de casa
y la hermosa Luna duerme.
Aguardó que despertase,
y despertó cuando viene
Faetón de dar vuelta al mundo,
y su Cintia salir quiere.
Levantóse esta señora
allá cerca de las nueve,
y muy gallarda y compuesta
salió la Luna en creciente.
Admiróse el pobre sastre
y imagina cómo pueden
venirle aquellos vestidos
que de criatura parecen.
Saca fuerzas de flaqueza,
y con sudores de muerte
quiere ponerle una ropa
y no halla por donde empiece.
Comienzan al triste sastre
a maldecirle mil veces;
quiere ir a dar su disculpa
y aun oírsela no quieren:
antes, con voces y estruendo,
le dicen que es un aleve,
un bárbaro, un ignorante,
necio, simple, impertinente.
Y sin ser la culpa suya,
el desdichado enmudece,
y de afrentado no habla,
por el decir de las gentes.
¡Oh, autor sastre y sin ventura,
vulgo menguante y creciente!,
con razón te llamo Luna,
pues en todo lo pareces:
¿qué vestido hay que te venga?
¿qué comedia te apetece?
Ya por grande, ya por chica,
¿qué ropa hay que te contente?
¡Desdichado del autor
que aquí, como el sastre, viene
con farsas, aunque sean buenas,
que ha de errar cuando no yerre!
Pues si uno no habla tan presto,
no falta quien dice: «Vete,
no te vayas, habla, calla,
éntrate luego, no te entres».
¡Oh, Lunas en la mudanza,
que no hay nada que os contente!
¡Tiempos en la variedad,
pues todos sois pareceres!
¡Muerte en no perdonar nada,
pues no hay nada a quien reserve!
¡Fortuna en el ser ingratos,
pues a quien la sirve ofende!
¿Cómo puedo contentar
gustos que menguan y crecen,
aunque os tome la medida
y en serviros me desvele?
Que perdonéis os suplico
el yerro o falta que hubiere,
cuando no por ser quien sois,
por el decir de las gentes.

Observa:

-las metáforas tan ingeniosas (director de compañía=sastre / público=luna) que convierten el cuento mitológico en un alegato contra las mudanzas de los espectadores

-la divertida trasposición de cosméticos femeninos típicos de la época ("dos reales de solimán, pasas, arrebol, afeite, unto de gato, sebillos, y alguna muda si hubiere, para ponerse en la cara")

-las costumbres españolas para celebrar bodas ("luminarias, toros, cañas, justas y torneos, saraos, máscaras y encamisadas", y sobre todo "buenas farsas y entremeses", contratando "a la compañía de Ríos", que era la que representaba en ese momento).

-cómo halaga Rojas a los mosqueteros, entre burlas irónicas ("un sastre famoso / de aquestos que nunca mienten") y elogios a los buenos profesionales: ("que cualquier hombre que tiene / fama de bueno en su oficio,/ que le honren todos merece").