Juan de Zabaleta: Día de fiesta por
la tarde
La comedia
["Manual" para entender
bien la comedia]
[...] Ahora bien, quiero enseñar
al que oye comedias a oírlas, para que no saque
del teatro más culpas de las que llevó. [Texto]
Procure entender muy bien
los principios del caso, en que la
comedia se funda, que con esto empezará desde luego a gustar
de la comedia. vaya mirando si saca con
gracia las figuras el poeta, y luego si las maneja con
hermosura: que esto, hecho bien, suele causar gran deleite. repare
en si los versos son bien fabricados,
limpios, y sentenciosos; que si son de esta manera, le harán
gusto y dotrina: que muchos por estar mal atentos, pierden la
dotrina y el gusto. Note si los lances son
nuevos y verisímiles, que si lo son, hallará
en la novedad mucho agrado, y en la verisimilitud le hará
grande placer ver la mentira con todo el
aire de la verdad. Y si en todas estas cosas no encontrare
todo lo que busca, encontrará el
deleite de acusarlas, que es gran deleite. Todos se huelgan
cuando uno se les aventaja mucho de verle venir resbalando a quedar
entre ellos. Pero advierta, que aunque haya
en una comedia algunas flojedades, que no por eso es mala la comedia.
[...] Esto es en cuanto a lo que se puede notar en lo
escrito de una comedia; vamos ahora a lo que se ha de atender
en lo representado. Observe nuestro
oyente con grande atención la propiedad
de los trajes, que hay representantes que en vestir los
papeles son muy primorosos. En las cintas de unos zapatos se suele
hallar una naturaleza que admira. Repare
si las acciones son las que piden las palabras, y le servirán
de más palabras las acciones. Mire si los que representan
ayudan con los ojos a lo que dicen,
que si lo hacen, le llevarán los ojos. No
ponga cuidado en los bailes, que será descuidarse
mucho consigo mismo. Haga fuera desto entretenimiento
de ver al vulgo aplaudir disparates, y tendrá mucho
en qué entretenerse. Gastando de esta manera el tiempo
que dura una comedia, no habrá gastado mal aquel tiempo.
Siendo esto así, me holgara yo mucho de que hiciera de
aquellos ratos empleo apacible y aprovechoso [...]
[Mujeres en la comedia]
[...] Los hombres van a la comedia
el día de fiesta después de comer, antes de comer
las mujeres. La mujer que ha de ir a la comedia el día
de fiesta, ordinariamente la hace tarea de todo el día;
conviénese con una amiga suya,
almuerzan cualquier cosa reservando la comida del mediodía
para la noche; vanse a una misa y desde
la misa, por tomar buen lugar, parten a la cazuela. Aun
no hay en la puerta quien cobre. Entran y hállanla salpicada,
como de viruelas locas, de otras mujeres tan locas como ellas.
No toman la delantera porque este
es el lugar de las que vienen a ver y ser vistas. Toman en la
medianía lugar desahogado y modesto. Reciben gran
gusto de estar tan bien acomodadas. Luego
lo verán. Quieren entretener en algo los ojos y
no hallan en qué entretenerlos; pero el descansar de la
priesa con que han venido toda aquella mañana les sirve
por entonces de recreo. Van entrando más mujeres, y algunas
de las de buen desahogo se sientan sobre
el pretil de la cazuela, con que quedan como en una cueva
las que están en medio sentadas. Ya empieza la holgura
a hacer de las suyas. Entran los cobradores.
La una de nuestras mujeres desencaja de entre el faldón
del jubón y el guardainfante un pañuelo,
desanuda con los dientes una esquina, saca de ella un real sencillo
y pide que le vuelvan diez maravedís. Mientras esto se
hace, ha sacado la otra del seno un papelillo
abochornado en que están los diez cuartos envueltos, hace
su entrega y pasan los cobradores delante. La que quedó
con los diez maravedís en la mano compra una medida de
avellanas nuevas, llévanle
por ella dos cuartos y queda ella con el ochavo tan embarazada
como con un niño; no sabe dónde encomendarlo y al
fin se lo arroja en el pecho, diciendo que es para un pobre. Empiezan
a cascar avellanas las dos amigas y entre ambas bocas se oyen
grandes chasquidos, pero de las avellanas en unas hay solo polvo,
en otras un granillo seco como de pimienta, en otras un meollo
con sabor de mal aceite, en alguna hay algo que pueda con gusto
pasarse. Mujeres: como esas avellanas es
la holgura en que estáis; al principio, gran ruido,
comedia, comedia, y en llegando allá, unas
cosas no son nada, otras son poco más que nada,
mucho fastidio y alguna hace algún gusto. Van cargando
ya muchas mujeres. Una de las que están delante llama por
señas a dos que están de pie detrás de las
nuestras. Las llamadas, sin pedir licencia, pasan por entre las
dos pisándoles las basquiñas y descomponiéndoles
los mantos. Ellas quedan diciendo:"¡Hay tal grosería!"
Que con estas palabras se vengan las mujeres de muchas injurias.
La una sacude el polvo que le dejó en la basquiña
la pisada, dispersándolo con el dedo pulgar y el dedo de
enmedio. y la otra con lo llano de las uñas, con ademán
de tocar rasgados en una guitarra. Tráenlas a unas que
están sentadas en el pretil de la delantera unas empanadas,
y para comerlas se sientan en lo bajo. Con esto les queda claro,
por donde ven los hombres que entran.
Dicen la una a la otra de las nuestras:"¿Ves aquel
entrecano que se sienta allí, a mano izquierda, en el banco
primero? Pues es el hombre más de bien que hay en el mundo
y que más cuida de su casa; pero bien se lo paga la picara
de su mujer, amancebada con un estudiantillo que no vale sus orejas
llenas de cañamones". Una que está junto a
ellas, que oye la conversación, les dice:"Mis señoras,
dejen vivir a cada uno con su suerte, que somos
mujeres todas y no habrá maldad que no hagamos si
Dios nos olvida".Ellas bajan la voz y prosiguen su plática
[...]
[...] Ya la cazuela estaba cubierta, cuando he aquí al
apretador (éste es un portero
que desahueca allí a las mujeres para que quepan más)
con cuatro mujeres tapadas y lucidas, que porque le han dado ocho
cuartos viene a acomodarlas. Llégase a nuestras mujeres
y dícelas que se embeban; ellas lo resisten, él
porfía, las otras se van llegando descubriendo unos tapapiés
que chispean oro. Las otras dicen que vinieran temprano y tuvieran
buen lugar. Una de las otras dice que las mujeres como ellas a
cualquiera hora llegan temprano para tenerlo bueno, y sabe Dios
cómo son ellas. Déjanse, en fin, caer sobre las
que están sentadas, que por salir de debajo de ellas las
hacen lugar sin saber lo que hacen. Refunfuñan las unas,
responden las otras y al fin quedan todas en calma. Ya son las
dos y media y empieza el hambre
a llamar muy recio en las que no han comido [...]A
este tiempo, en la puerta de la cazuela arman unos mozuelos una
pendencia con los cobradores sobre
que dejen entrar a unas mujeres de balde, y entran riñendo
unos con otros en la cazuela. Aquí es la confusión
y el alboroto. Levantanse desatinadas las mujeres y, por huir
de los que riñen, caen unas sobre otras. Ellos no reparan
en lo que pisan, y las traen entre los pies como si fueran sus
mujeres. Los que suben del patio a sosegar o a socorrer dan los
encontrones a las que embarazan, que las echan a rodar. Todas
tienen ya los rincones por el mejor lugar de la cazuela, y unas
a gatas y otras corriendo, se van a los rincones. Saca al fin
a los hombres de allí la justicia y ninguna torna a tomar
el lugar que tenía, cada una se sienta en el que halla.
Queda una de nuestras mujeres en el banco postrero y la otra junto
a la puerta. La que está aquí no halla los guantes
y halla un desgarrón en el manto. La que esta allá
está echando sangre por las narices de un codazo que le
dio uno de los de la pendencia: quiere limpiarse y hásele
perdido el pañuelo y socórrese de las enaguas de
bayeta. Todo es lamentaciones y busca de alhajas. Salen
las guitarras y sosiéganse. La que está junto
a la puerta de la cazuela oye a los representantes
y no los ve. La que está en el banco último
los ve y no los oye; con que ninguna
ve comedia, porque las comedias ni se oyen
sin ojos ni se ven sin oídos. Las acciones hablan gran
parte, y si no se oyen las palabras son las acciones mudas.
Acábase, en fin, la comedia como si para ellas no se hubiese
empezado. Júntanse las dos vecinas a la salida y dice la
una a la otra que espere un poco, porque se le ha desatado la
basquiña. Vásela a atar y echa de menos la llave
de la puerta, que iba en aquella cinta atada. Atribúlase
increíblemente y empiezan a preguntar las dos a las mujeres
que van saliendo si han topado una llave. Unas se ríen,
otras no responden y las que mejor lo hacen las desconsuelan con
decir que no la han visto. Acaban de salir todas, ya es boca de
noche, van a la tienda de enfrente y compran una vela. Con ella
la buscan, pero no la hallan. El que ha de cerrar el local las
da priesa y ellas se fatigan. Ya desesperan del buen suceso cuando
la compañera ve hacia un rincón una cosa que relumbra
lejos de allí. Van allá y ven que es la llave, que
está a medio colar entre dos tablas. recógenla,
bajan a la calle y antes de matar la vela buscan para hacerle
manija un papelillo. Mátanla, fíjanla y caminan.
Brava tarde, mis señoras, lindamente
se han holgado.