3.2.- Un feminismo conservador:
3.2.1.-
Novela 5ª: "La fuerza del amor".- Igualdad
de la mujer y el hombre
[...] Con esos pensamientos, no hacía
sino llorar, y, hablando consigo misma, decía, asidas sus manos
una con otra:
-¡Desdichada de ti, Laura, y cómo fueras más venturosa,
si como le costó tu nacimiento la vida a tu madre, fuera también
la tuya sacrificio de la muerte! ¡Oh amor enemigo mortal de
las gentes, y qué de males han venido por ti al mundo, y más
a las mujeres, que como en todo somos las más
perdidosas y las más fáciles de engañar,
parece que solo contra ellas tienes el poder, o por mejor decir, el
enojo! No sé para qué el cielo me crió hermosa,
noble y rica, si todo había de tener tan poco valor contra
la desdicha, sin que tantos dotes de naturaleza y fortuna me quitasen
la mala estrella en que nací. O, ya que lo soy, ¿para
qué me guarda la vida? pues tenerla un desdichado más
es agravio que ventura. ¿A quién
contaré mis penas que me las remedie? ¿Quién
oirá mis quejas que se enternezca?¿Quién
verá mis lágrimas que me las enjugue? Nadie por cierto,
pues mi padre y hermanos, por no oírlas me han desamparado,
y hasta el cielo, consuelo de los afligidos, se hace sordo por no
dármele. ¡Ay don Diego, y quién pensara...! mas
sí debiera pensar, si mirara que eres
hombre, cuyos engaños quitan el poder a los mismos demonios,
y hacen ellos lo que los ministros de maldades dejan de hacer. ¿Dónde
se hallará un hombre verdadero?¿En cual dura
la voluntad un día, y más si se ven queridos? que parece
que al paso que conocen el amor, crece su libertad y aborrecimiento.
¡Mal haya la mujer que en ellos cree,
pues al cabo hallará el pago de su amor, como yo le
hallo! ¿Quién es la necia que
desea casarse, viendo tantos y tan lastimosos ejemplos?, pues
la que más piensa que acierta, más yerra. ¿Cómo
es mi ánimo tan poco, mi valor tan afeminado,
y mi cobardía tanta, que no quitó la vida, no solo a
la enemiga de mi sosiego, sino al ingrato que me trata con tanto rigor?
¡Mas, ay, que tengo amor, y en lo uno temo perderle, y en lo
otro enojarle! ¿Por qué, vanos legisladores del mundo,
atáis nuestras manos para las venganzas,
imposibilitando nuestras fuerzas con vuestras falsas opiniones,
pues nos negáis letras y armas?¿El
alma no es la misma que la de los hombres?
Pues si ella es la que da valor al cuerpo, ¿quién obliga
a los nuestros a tanta cobardía? Yo aseguro que si entendierais
que también había en nosotras valor y fortaleza,
no os burlarais como os burláis; y así, por
tenernos sujetas desde que nacemos vais
enflaqueciendo nuestras fuerzas con los temores de la honra,
y el entendimiento con el recato de la vergüenza,
dándonos por espadas ruecas, y por libros
almohadillas. ¡Mas triste de mí! ¿de qué
me sirven estos pensamientos, pues ya no sirven para remediar cosas
tan sin remedio?