Proemio al lector.
Declárase el intento
con que se ha escrito este libro.
Según están depravados
los ánimos de los hombres, inclinados a las cosas terrenas,
vemos cumplida la profecía de S.
Pablo, en la segunda Epístola escrita á
Timoteo, capítulo cuarto: «porque ya apartan los
oídos de la verdad y se convierten
a las fábulas», y Santo
Tomás: «No quieren
oír lo útil, sino lo curioso». Antiguamente,
la rudeza de los ingenios de aquellos primitivos hombres que
habitaron la tierra después del diluvio, obligó
á los sabios á dar principio á las fábulas
y á esta causa, dice Gelio,
en su libro segundo, era costumbre de los filósofos,
para atraer á sí los ánimos rebeldes, usar
de blanduras artificiosas; y, como enseña Anonimio,
en sus Semejanzas, de la manera que Demócrates
médico, para curar una mujer, que rehusaba cualquier
medicamento, áspero al gusto, la dio a beber leche de
cabras que habían pacido lantiscos, así a
aquellos que huyen y aborrecen los preceptos de la filosofía
se les proponen fábulas_amenas; pero lo que en
la antigüedad enseñó la rudeza, enseña
hoy la milicia, que, según Cornelio
(sobre el lugar citado de San Pablo), no buscan para sí
los hombres Maestros que muerdan con las palabras y corten a
raíz los vicios, sino que los halaguen.
Maña y blandura es menester para que se apetezcan hoy
los preceptos de la filosofía moral, tan provechosa medicina,
para curarse los afectos y pasiones del ánimo desengañando
al pueblo y representándole sus errores; que no
es otra cosa una república, que un teatro donde
siempre están representaudo admirables sucesos, útiles
los unos para seguirlos, útiles los otros para huirlos
y aborrecerlos. Esta causa (lector) me dio ánimo de poner
a tus ojos la representación popular de este teatro,
valiéndome para acertar de las reglas y doctrina de Santo
Tomás (Epist. I, ad Timo., capítulo
4, lib. 2), cuyas palabras incluyen, a mi juicio, todo lo esencial
y curioso de esta materia. «La fábula
(dice) según el filósofo, es compuesta de lo admirable,
y fueron inventadas al principio, como dice el filósofo
en su Poética, porque la intención de
los hombres era inducir y mover para adquirir las virtudes y
evitar los vicios»; y da la causa de su utilidad,
diciendo: «Con las simples representaciones
mejor se inducen y mueven que con las razones; de donde
en lo admirable, bien representado, se ve la delectación;
porque la razón se deleita en la comparación»
(y da el ejemplo).
«De la manera que la delectación en los hechos
es delectable, así en la representación con las
palabras, y esto es la fábula: conviene á saber,
dicho aquello que se representa, y la representación
que mueve a alguna cosa; por lo cual los antiguos tenían
fábulas acomodadas con algunos casos verdaderos, que
en las fábulas ocultaban la verdad» (y añade):
«Dos cosas, en conclusión,
ha de tener la fábula: esto es, que contenga en
sí verdadero sentido y que
represente algo útil y que conmueva
aquello con la verdad». Y declárase de todo
punto con estas palabras: «Si se propone fábula
que no puede representar alguna verdad, es sin sustancia y frustratoria,
y la que no representa propiamente, es inadvertida y necia».
Estos son los rumbos, esta la carta con que me atreví
a navegar el insconstante golfo del pueblo. Preceptos, no con
autores profanos autorizados, sino por un Doctor Angélico;
cuyos avisos y reglas he procurado guardar en este volumen,
donde (a mi ver) las representaciones son verosímiles
y próximas á la verdad y algunas de ellas
verdades, y éstas, nacidas de lo
admirable elegido a tu aprovechamiento,
y deseando inducirte y moverte a desterrar
el vicio y amar la virtud.
Cuanto al adorno, he procurado romper la lengua en varias frases;
ejecutando cuanto abraza la Retórica y Oratoria, los
Tropos, las Figuras, así de las sentencias como de las
palabras, con la variedad de estilos que enseñan Cicerón,
Quintiliano y los demás autores.
Espero tu censura, no dictada de la malicia, sino de la corrección
sabia; y, agradándote este trabajo
en que represento lo común del pueblo, te ofrezco
en otro lo superior, con la imitación trágica,
esto se entiende según Aristóteles, las acciones
graves do los Príncipes dignos del coturno de Sófocles
(como dijo Virgilio), ofreciendo cifrarte un verdadero y cristiano
político, desengañado, prudente y sabio, que,
de acuerdo, no hallarás en este volumen citados a Cornelio
Tácito, Justo Lipsio y otros; no por no haberlos visto
con asiduo cuidado, mas por lograr en más propia ocasión
lo mucho bueno que tengo advertido en ellos así como
en otros autores.
VALE