06.- NOVELA CORTA
Gonzalo de Céspedes y Meneses:
Historias peregrinas y ejemplares:
"El buen celo premiado"
Capítulo I.- Dase principio al cuento
prometido
Corría a la misma sazón
el año de 1589, cuyo invierno fue airado; y nevada,
escura y fría la noche deste propio suceso. Entraba,
pues, casi a la mitad della, por la calle del Coso, un hombre de camino,
religioso en el hábito, aunque
sin compañía, cuando al llegar al monasterio donde iba
encaminado, impensada y aun temerosamente le
cercaron cinco hombres, de quien, aunque al principio presurnió
defenderse, fue tan de repente salteado que, sin contradicción,
hubo, no sin espanto, de seguir su mandado y a la voz de uno de ellos
que, en mal pronunciado catalán le ordenó se apease.
Ejecutólo al punto, y juntamente advirtiendo que sólo
le pedían confesase cierto hombre que
allí cerca tenían mortalmente herido, alegre
se redujo a su primer sosiego; no obstante que el temor de diferente
aprieto le privó, por entonces, de mejor parecer, porque es
notable el hombre que bien sabe elegirle en el impensado peligro.
Así, por esta causa, atropellando inconvenientes que se verán
muy presto, concediendo a su intento, a pocos pasos, revolviendo una
esquina, algo confusamente miró en la blanca
nieve, si bien ya matizada de su reciente sangre, un hombre
que, con gemidos graves, se revolcaba casi en los umbrales de la misma
portería del convento. Allí los cinco, que no tan solamente
en el adorno de sus personas, sino en su buen
olor, ponían en mayor crédito y opinión
el suceso, apartándose un poco del fraile, dieron lugar a que,
acercándose al herido, pudiese ministrarle aquella última
y saludable medicina; si bien solicitando su breve despidiente, cuando
el uno o el otro fomentaban su priessa, o ya temiendo ser hallados
en el delito, o ya juzgando que la noche iba con presurosos pasos
acercándose al día.
Concluyóse, a su parecer, aquel artículo. Y así,
viendo al fraile que se venía hacia ellos, y oyéndole
decir que aquel miserable hombre había expirado
en sus brazos, llegando al reconocimiento y ciertos de su verdad,
le dejaron, volviendo al convento las espaldas; donde, queriendo el
religioso quedarse, asiéndose dél los dos muy fuertemente,
le advirtieron que callando prosiguiese con ellos, porque de hacer
otra cosa correría semejante peligro.
Aseguráronle con aquesto la vida y juntamente la vuelta en
mejor coyuntura; con que, rodeado de temores intrínsecos y
con inviolable silencio, hubo de seguir su derrota hasta que, atravesando
algunas calles, salieron bien fuera del concurso del lugar, y adonde
la soledad y tenebrura de la noche, acompañados del sordo rumor
y embate de los vientos, acrecentaban su cuidado y afligían,
con nuevas causas, su turbado espíritu. Acercábanse
a unos paredones antiguos, ruinas o vestigios de ciertos asolados
jardines, adonde apartándose dos de la compañía,
oyó al uno (y aun al que a él le había parecido
que como a dueño obedecían los demás) que, así
hablando con el otro, decía:
-Hermano, yo me voy desangrando poco a poco; y así, antes que
mi peligro se acreciente, conviene dar la vuelta a nuestra casa; haced
vos, entretanto, de suerte que esta diligencia tenga el efecto que
todos deseamos; pues aunque ese hombre quiera con obstinación
contradecirla, en parte os lo dejo que podréis a
puñaladas conseguirla.
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