Fernández de Ribera (1579-1631): El
mesón del mundo
En este texto
Ribera se refiere a las más ínfimas novelas del
género, que lindaban con el romance de ciego y eran totalmente
disparatadas. Las compara con los cuentos tradicionales, igualmente
fantásticos.
[…]Debía rabiar
por novelas, y trancando su defensa, dijo:
— No se niegue con todo eso que hay novelas de excelente
gusto e invención.
— Y muchas —respondí yo—, con que han
dejado descansar algo el verso los ingenios de España,
pero también sucede a sus obras lo que a los demás
usos, que a dos o tres que le traigan, se estragan en todos los
que se les quieren poner, sean los que fueren, si bien éste
de las novelas halló en los hombres sujeto capaz por su
naturaleza, así para creerlas, pues cada uno quiere y puede
introducir lo que soñó y pensó —aunque
en la opinión de un santo los pensamientos son sueños
de despiertos—, y todos apetecen saber hasta los pensamientos.
Aténgame a las consejas de nuestros abuelos, con que sus
viejas entretenían el hogar mejor que con las castañas,
y al son del huso, comenzando con plegarias, no de vana intención
en el suceso, de "el mal se vaya el bien se venga, el mal
para los moros el bien para nosotros" [Introducción
parecida a la de Sancho en el cuento de los batanes], y
se contentaban con unos zapaticos de melcocha siendo viejas y
aun muchas veces se iban allá y "nunca les daban nada"
[fórmula de final de cuento].
Pues lléguese agora a que una vieja vaya o venga, ni se
menee, sin querer mucho. Cuando los pájaros verdes eran
príncipes y no los príncipes pájaros verdes,
pero para mí no son menos novelas estas relaciones.
Había yo tomado algunas en la mano, mientras el otro trasegaba
los libros, y comenzando a leer decía una: Relación
muy verdadera de una mujer, que ofreciendo una hija suya al diablo,
se le metió en el cuerpo. A esto preguntó el
letrado que quién se le había metido, el demonio
o la hija.
— Vuesa Merced — dije yo —, ha preguntado muy
bien, que hijas hay que son peores que el diablo, y que se meterán
en un cuerpo, y madres que sentirán más se les meta
una hija suya, y más si es traviesa y andadora, que el
diablo mismo, e hijas que se quieren comer a las madres, y esto
es muy grande mentira, como yo digo de todas las relaciones, porque
los demonios no son de tan mal gusto, aunque de tan depravada
intención, que ofreciéndole la hija se apoderasen
de la madre, que de buena razón no debía de ser
tan moza.
—Pudo —replicó el letrado—, por juntarse
a su semejante o no salir del infierno.
—Antes fuera entrar en otro mayor —dije yo.
Pasé a otra relación que decía: Memorable
victoria que el Rey de Dinamarca alcanzó del Duque de Moscobia,
por la mar de ducientas velas, y con mucha costa y trabajo, en
que le tomó un bergantín, echándole a fondo
dos, no llevando el Moscobita más que cincuenta bageles,
y teniendo el viento contrario.
—Esta sí que es relación verdadera entre todas
las que he oído —dije—, que cuenta las circunstancias
de los sucesos con escasez, y las felicidades costosas, como ellas
son.
Otra decía: Relación de dos monstruos que parió
en Constantinopla una mujer: el uno varón con cuatro orejas
y sin ojos ni manos, y con un pie, otro hembra sin orejas, con
cuatro ojos, cuatro manos y tres pies.
—Miren qué borracho —dije yo en leyéndola—,
éstos tienen por monstruos, pudiendo el varón venir
a ser muy buen juez, y no habiendo mujer que no nazca con más
ojos, más manos y más pies, o dígalo lo que
ven, lo que toman y lo que andan, y sin orejas, pues lo mismo
es no oír cosa de cuantas le dicen en su bien.
Otra era: Relación de un gran castigo que el Rey de
Armenia mandó hacer en unos mercaderes muy ricos.
No quise pasar adelante porque me pareció tan mentira como
lo demás, que castigasen hombres tan ricos y más
mercaderes.