Literatura Española del Siglo XVII

06.- NOVELA CORTA

17.1.- Un texto crítico

Fernández de Ribera (1579-1631): El mesón del mundo

En este texto Ribera se refiere a las más ínfimas novelas del género, que lindaban con el romance de ciego y eran totalmente disparatadas. Las compara con los cuentos tradicionales, igualmente fantásticos.

[…]Debía rabiar por novelas, y trancando su defensa, dijo:
— No se niegue con todo eso que hay novelas de excelente gusto e invención.
— Y muchas —respondí yo—, con que han dejado descansar algo el verso los ingenios de España, pero también sucede a sus obras lo que a los demás usos, que a dos o tres que le traigan, se estragan en todos los que se les quieren poner, sean los que fueren, si bien éste de las novelas halló en los hombres sujeto capaz por su naturaleza, así para creerlas, pues cada uno quiere y puede introducir lo que soñó y pensó —aunque en la opinión de un santo los pensamientos son sueños de despiertos—, y todos apetecen saber hasta los pensamientos. Aténgame a las consejas de nuestros abuelos, con que sus viejas entretenían el hogar mejor que con las castañas, y al son del huso, comenzando con plegarias, no de vana intención en el suceso, de "el mal se vaya el bien se venga, el mal para los moros el bien para nosotros" [Introducción parecida a la de Sancho en el cuento de los batanes], y se contentaban con unos zapaticos de melcocha siendo viejas y aun muchas veces se iban allá y "nunca les daban nada" [fórmula de final de cuento]. Pues lléguese agora a que una vieja vaya o venga, ni se menee, sin querer mucho. Cuando los pájaros verdes eran príncipes y no los príncipes pájaros verdes, pero para mí no son menos novelas estas relaciones.
Había yo tomado algunas en la mano, mientras el otro trasegaba los libros, y comenzando a leer decía una: Relación muy verdadera de una mujer, que ofreciendo una hija suya al diablo, se le metió en el cuerpo. A esto preguntó el letrado que quién se le había metido, el demonio o la hija.
— Vuesa Merced — dije yo —, ha preguntado muy bien, que hijas hay que son peores que el diablo, y que se meterán en un cuerpo, y madres que sentirán más se les meta una hija suya, y más si es traviesa y andadora, que el diablo mismo, e hijas que se quieren comer a las madres, y esto es muy grande mentira, como yo digo de todas las relaciones, porque los demonios no son de tan mal gusto, aunque de tan depravada intención, que ofreciéndole la hija se apoderasen de la madre, que de buena razón no debía de ser tan moza.
—Pudo —replicó el letrado—, por juntarse a su semejante o no salir del infierno.
—Antes fuera entrar en otro mayor —dije yo.
Pasé a otra relación que decía: Memorable victoria que el Rey de Dinamarca alcanzó del Duque de Moscobia, por la mar de ducientas velas, y con mucha costa y trabajo, en que le tomó un bergantín, echándole a fondo dos, no llevando el Moscobita más que cincuenta bageles, y teniendo el viento contrario.
—Esta sí que es relación verdadera entre todas las que he oído —dije—, que cuenta las circunstancias de los sucesos con escasez, y las felicidades costosas, como ellas son.
Otra decía: Relación de dos monstruos que parió en Constantinopla una mujer: el uno varón con cuatro orejas y sin ojos ni manos, y con un pie, otro hembra sin orejas, con cuatro ojos, cuatro manos y tres pies.
—Miren qué borracho —dije yo en leyéndola—, éstos tienen por monstruos, pudiendo el varón venir a ser muy buen juez, y no habiendo mujer que no nazca con más ojos, más manos y más pies, o dígalo lo que ven, lo que toman y lo que andan, y sin orejas, pues lo mismo es no oír cosa de cuantas le dicen en su bien.
Otra era: Relación de un gran castigo que el Rey de Armenia mandó hacer en unos mercaderes muy ricos. No quise pasar adelante porque me pareció tan mentira como lo demás, que castigasen hombres tan ricos y más mercaderes.