El diablo cojuelo de Vélez de
Guevara (1641)
Tranco I
Daban en Madrid, por los fines
de julio, las once
de la noche en punto, hora menguada para las calles y, por faltar
la luna, jurisdicción y término redondo de todo
requiebro lechuzo y patarata de la muerte. El
Prado boqueaba coches en la última jornada de su
paseo, y en los baños de Manzanares los Adanes y las Evas
de la Corte, fregados más de la arena que limpios del agua,
decían el Ite, rio es,
cuando don Cleofás Leandro Pérez
Zambullo, hidalgo a cuatro vientos, caballero
huracán y encrucijada de apellidos, galán
de noviciado y estudiante de profesión, con un broquel
y una espada, aprendía a gato
por el caballete de un tejado, huyendo de la justicia, que le
venía a los alcances por un estupro que no lo había
comido ni bebido, que en el pleito de acreedores de una doncella
al uso estaba graduado en el lugar veintidoseno, pretendiendo
que el pobre licenciado escotase solo lo que tantos habían
merendado; y como solicitaba escaparse del
«para en uno son» (sentencia
definitiva del cura de la parroquia y auto que no lo revoca si
no es el vicario Responso, juez de la otra vida), no dificultó
arrojarse desde el ala del susodicho tejado, como si las tuviera,
a la buharda de otro que estaba confinante, nordesteado de una
luz que por ella escasamente se brujuleaba, estrella de la tormenta
que corría, en cuyo desván puso los pies y la boca
a un mismo tiempo, saludándolo como a puerto de tales naufragios
y dejando burlados los ministros del agarro y los honrados pensamientos
de mi señora doña Tomasa de Bitigudiño, doncella
chanflona que se pasaba de noche como cuarto falso, que, para
que surtiese efecto su bellaquería, había cometido
otro estelionato más con el capitán de los jinetes
a gatas que corrían las costas de aquellos tejados en su
demanda y volvían corridos de que se les hubiese escapado
aquel bajel de capa y espada que
llevaba cautiva la honra de aquella señora mohatrera de
doncellazgos, que juraba entre sí tomar satisfacción
de este desaire en otro inocente, chapetón de embustes
doncelliles, fiada en una madre que ella
llamaba tía, liga donde
había caído tanto pájaro forastero.
A estas horas, el Estudiante, no creyendo su buen suceso y deshollinando
con el vestido y los ojos el zaquizamí, admiraba la región
donde había arribado por las extranjeras extravagancias
de que estaba adornada la tal espelunca,
cuyo avariento farol era un candil de garabato, que descubría
sobre una mesa antigua de cadena papeles infinitos, mal compuestos
y desordenados, escritos de caracteres matemáticos, unas
efemérides abiertas, dos esferas y algunos compases y cuadrantes,
ciertas señales de que vivía en el cuarto de más
abajo algún astrólogo,
dueño de aquella confusa oficina y embustera ciencia; y
llegándose don Cleofás curiosamente, como quien
profesaba letras y era algo inclinado a aquella profesión,
a revolver los trastos astrológicos, oyó un
suspiro entre ellos mismos que, pareciéndole imaginación
o ilusión de la noche, pasó adelante con la atención
papeleando los memoriales de Euclides y embelecos de Copérnico;
escuchando segunda vez repetir el suspiro, entonces, pareciéndole
que no era engaño de la fantasía, sino verdad que
se había venido a los oídos, dijo con desgarro y
ademán de estudiante valiente:
-¿Quién diablos suspira aquí? -respondiéndole
al mismo tiempo una voz entre humana y extranjera:
-Yo soy, señor Licenciado, que estoy en esta redoma,
adonde me tiene preso ese astrólogo que vive ahí
abajo, porque también tiene su punta de la mágica
negra, y es mi alcaide dos años habrá.
-Luego, ¿familiar eres?-dijo el Estudiante.
-Harto me holgara yo -respondieron de la redoma- que entrara uno
de la Santa Inquisición para que, metiéndole a él
en otra de cal y canto, me sacara a mí de esta jaula de
papagayos de piedra azufre. Pero tú has llegado a tiempo
que me puedes rescatar, porque este a cuyos conjuros estoy asistiendo
me tiene ocioso, sin emplearme en nada, siendo
yo el espíritu más travieso del infierno.
Don Cleofás, espumando valor, prerrogativa de estudiante
de Alcalá, le dijo:
-¿Eres demonio plebeyo, o de los de nombre?
-Y de gran nombre -le repitió el
vidrio endemoniado-, y el más celebrado en entrambos
mundos.
-¿Eres Lucifer? -le repitió
don Cleofás.
-Ese es demonio de dueñas y escuderos
-le respondió la voz.
-¿Eres Satanás? -prosiguió
el Estudiante.
-Ese es demonio de sastres y carniceros
-volvió la voz a repetirle.
-¿Eres Bercebú? -volvió
a preguntarle don Cleofás.
Y la voz a responderle:
-Ese es demonio de tahúres, amancebados
y carreteros.
-¿Eres Barrabás, Belial, Astarot?
-finalmente le dijo el Estudiante.
-Esos son demonios de mayores ocupaciones -le respondió
la voz-: demonio más por menudo soy, aunque me meto en
todo: yo soy las pulgas del infierno,
la chisme, el enredo, la usura, la mohatra; yo traje al mundo
la zarabanda, el déligo, la
chacona, el bullicuzcuz, las cosquillas de la capona, el guiriguirigay,
el zambapalo, la mariona, el avilipinti, el pollo, la carretería,
el hermano Bartolo, el carcañal, el guineo, el
colorín colorado; yo inventé las pandorgas,
las jácaras, las papalatas,
los comos, las mortecinas, los títeres, los volatines,
los saltambancos, los maesecorales y, al fin, yo me llamo el Diablo
Cojuelo.
-Con decir eso -dijo el Estudiante- hubiéramos ahorrado
lo demás: vuesa merced me conozca por su servidor, que
hay muchos días que le deseaba conocer. Pero ¿no
me dirá, señor Diablo Cojuelo, por qué le
pusieron este nombre, a diferencia de los demás, habiendo
todos caído desde tan alto, que pudieran quedar todos de
la misma suerte y con el mismo apellido?
-Yo, señor don Cleofás Leandro Pérez Zambullo,
que ya le sé el suyo, o los suyos -dijo el Cojuelo-, porque
hemos sido vecinos por esa dama que galanteaba y por quien le
ha corrido la justicia esta noche, y de quien después le
contaré maravillas, me llamo de esta manera porque fui
el primero de los que se levantaron
en la rebelión celestial, y de los que cayeron y todo;
y como los demás dieron sobre mí,
me estropearon, y así quedé más que
todos señalado de la mano de Dios y de los pies de todos
los diablos, y con este sobrenombre; mas no por eso menos ágil
para todas las facciones que se ofrecen en los países bajos,
en cuyas empresas nunca me he quedado atrás, antes me he
adelantado a todos; que, camino del infierno,
tanto anda el cojo como el viento; aunque nunca he estado
más sin reputación que ahora en poder de este vinagre,
a quien por trato me entregaron mis propios compañeros,
porque los traía al retortero a todos, como dice el refrán
de Castilla, y cada momento a los más agudos les daba
gato por demonio. Sácame de este Argel
de vidrio; que yo te pagaré el rescate en muchos
gustos, a fe de demonio, porque me precio de amigo de mi amigo,
con mis tachas buenas y malas.
-¿Cómo quieres -dijo don Cleofás, mudando
la cortesía con la familiaridad de la conversación-
que yo haga lo que tú no puedes siendo demonio tan mañoso?
A mí no me es concedido -dijo el Espíritu-, y a
ti sí, por ser hombre con el privilegio del bautismo y
libre del poder de los conjuros, con quien han hecho pacto los
príncipes de la Guinea infernal. Toma un cuadrante de esos
y haz pedazos esta redoma, que luego en derramándome me
verás visible y palpable.
No fue escrupuloso ni perezoso don Cleofás, y ejecutando
lo que el Espíritu le dijo, hizo con el instrumento astronómico
gigote del vaso, inundando la mesa sobredicha de un licor
turbio, escabeche en que se conservaba el tal Diablillo;
y volviendo los ojos al suelo, vio en él un hombrecillo
de pequeña estatura, afirmado
en dos muletas, sembrado de chichones
mayores de marca, calabacino de testa y badea de cogote, chato
de narices, la boca formidable y
apuntalada en dos colmillos solos, que no tenían más
muela ni diente los desiertos de las encías, erizados los
bigotes como si hubiera barbado en
Hircania; los pelos de su nacimiento,
ralos, uno aquí y otro allí, a fuer de los espárragos,
legumbre tan enemiga de la compañía, que si no es
para venderlos en manojos no se juntan. Bien hayan los berros,
que nacen unos entrepernados con otros, como vecindades de la
Corte, perdone la malicia la comparación.
Asco le dio a don Cleofás
la figura, aunque necesitaba de su favor para salir del desván,
ratonera del Astrólogo en que había caído
huyendo de los gatos que le siguieron (salvo el guante a la metáfora)
y asiéndole por la mano el Cojuelo y diciéndole:
«Vamos, don Cleofás, que quiero comenzar a pagarte
en algo lo que te debo», salieron los dos por la buharda
como si los dispararan de un tiro de artillería, no
parando de volar hasta hacer pie en el capitel de la torre de
San Salvador, mayor atalaya de Madrid, a tiempo que su
reloj daba la una, hora que tocaba
a recoger el mundo poco a poco al descanso del sueño;
treguas que dan los cuidados a la vida, siendo común el
silencio a las fieras y a los hombres; medida que a
todos hace iguales; habiendo una prisa notable a quitarse
zapatos y medias, calzones y jubones, basquiñas, verdugados,
guardainfantes, polleras, enaguas y guardapiés, para acostarse
hombres y mujeres, quedando las humanidades menos mesuradas, y
volviéndose a los primeros originales, que comenzaron el
mundo horros de todas estas baratijas; y engastándose al
camarada, el Cojuelo le dijo:
Torre de S. Salvador en el plano de Texeira (1656).
Fue destruida en 1843
Esta foto desde la torre de Santa Cruz (1928)
refleja algo parecido a lo que debió ver D. Cleofás
-Don Cleofás, desde esta picota de
las nubes, que es el lugar más eminente de Madrid,
mal año para Menipo en los diálogos
de Luciano, te he de enseñar todo lo más
notable que a estas horas pasa en esta Babilonia
española, que en la confusión
fue esa otra con ella segunda de este nombre.
Y levantando a los techos de los edificios,
por arte diabólica, lo hojaldrado,
se descubrió la carne del pastelón de Madrid
como entonces estaba, patentemente, que por el mucho calor estivo
estaba con menos celosías, y tanta variedad de sabandijas
racionales en esta arca del mundo,
que la del diluvio, comparada con ella, fue de capas y gorras.
Tranco II
Quedó don Cleofás
absorto en aquella pepitoria humana
de tanta diversidad de manos, pies y cabezas, y haciendo grandes
admiraciones, dijo:
-¿Es posible que para tantos hombres, mujeres y niños
hay lienzo para colchones, sábanas y camisas? Déjame
que me asombre que entre las grandezas de la Providencia divina
no sea ésta la menor.
Entonces el Cojuelo, previniéndole, le dijo:
-Advierte que quiero empezar a enseñarte distintamente,
en este teatro donde tantas figuras representan,
las más notables, en cuya variedad
está su hermosura. Mira allí primeramente
cómo están sentados muchos caballeros
y señores a una mesa opulentísima, acabando una
media noche; que eso les han quitado a los relojes no más.
Don Cleofás le dijo:
-Todas estas caras conozco; pero sus bolsas no, si no es para
servirlas.
-Hanse pasado a los extranjeros, porque las trataban muy mal estos
príncipes cristianos -dijo el Cojuelo-, y se han quedado,
con las caponas, sin ejercicio.
-Dejémoslos cenar -dijo don Cleofás-, que yo aseguro
que no se levanten de la mesa sin haber concertado un juego de
cañas para cuando Dios fuere servido, y pasemos adelante;
que a estos magnates los más de los días les beso
yo las manos y estas caravanas las ando yo las más de las
noches, porque he sido dos meses culto vergonzante de la proa
de uno de ellos y estoy encurtido de excelencias y señorías,
solamente buenas para veneradas.
-Mira allí -prosiguió el Cojuelo- como se está
quejando de la orina un letrado,
tan ancho de barba y tan espeso, que parece que saca un delfín
la cola por las almohadas. Allí está pariendo doña
Fáfula, y don Toribio, su indigno consorte, como
si fuera suyo lo que paría, muy oficioso y lastimado; y
está el dueño de la obra a
pierna suelta en ese otro barrio, roncando y descuidado
del suceso. Mira aquel preciado de lindo,
o aquel lindo de los más preciados, como duerme con bigotera,
torcidas de papel en las guedejas y el copete, sebillo en las
manos, y guantes descabezados, y tanta pasa en el rostro, que
pueden hacer colación en él toda la cuaresma que
viene. Allí, más adelante, está una vieja,
grandísima hechicera, haciendo
en un almirez una medicina de drogas restringentes para remendar
una doncella sobre su palabra, que se ha de desposar mañana.
Y allí, en aquel aposentillo estrecho, están dos
enfermos en dos camas, y se han purgado
juntos, y sobre quién ha hecho más cursos, como
si se hubieran de graduar en la facultad, se han levantado a matar
a almohadazos. Vuelve allí, y mira con atención
cómo se está untando una hipócrita
a lo moderno, para hallarse en una gran junta de brujas
que hay entre San Sebastián y Fuenterrabía, y a
fe que nos habíamos de ver en ella si no temiera el riesgo
de ser conocido del demonio que hace el cabrón, porque
le di una bofetada a mano abierta en la antecámara de Lucifer,
sobre unas palabras mayores que tuvimos; que también entre
los diablos hay libro del duelo, porque el autor que lo compuso
es hijo de vecino del infierno. Pero mucho más nos podemos
entretener por acá, y más si pones los ojos en aquellos
dos ladrones que han entrado por
un balcón en casa de aquel extranjero rico, con una llave
maestra, porque las ganzúas son a lo antiguo, y han llegado
donde está aquel talego de vara y media estofado de patacones
de a ocho, a la luz de una linterna que llevan, que, por ser tan
grande y no poder arrancarle de una vez, por el riesgo del ruido,
determinan abrirle, y henchir las faltriqueras y los calzones,
y volver otra noche por lo demás; y comenzando a desatarle,
saca el tal extranjero (que estaba dentro de él guardando
su dinero, por no fiarle de nadie) la cabeza, diciendo: «Señores
ladrones, acá estamos todos», cayendo espantados
uno a un lado y otro a otro, como resurrección de aldea,
y se vuelven gateando a salir por donde entraron [cuento-chiste].
Tranco X
«PREMÁTICAS, Y ORDENANZAS
QUE SE HAN DE GUARDAR EN LA INGENIOSA ACADEMIA SEVILLANA DESDE
HOY EN ADELANTE.
»Y por que se celebren y publiquen con la solemnidad que
es necesaria, sirviendo de atabales los cuatro vientos y de trompetas
el Músico de Tracia, tan marido,
que por su mujer descendit ad inferos, y Arión,
que, siendo de los piratas con quien navegaba arrojado al mar
por robarle, le dio un delfín en su escamosa espalda, al
son de su instrumento, jamugas para que no naufragase, et coetus,
et Amphion Thebanae conditor urbis; y pregonero la Fama, que penetra
provincias y elementos, y secretario que se las dicte Virgilio
Marón, príncipe de los poetas, digan de esta
suerte:
»Don Apolo, por la gracia de la Poesía
rey de las Musas, príncipe de la Aurora, conde y señor
de los oráculos de Delfos y Delo, duque del Pindo, archiduque
de las dos Frentes del Parnaso y Marqués de la Fuente Cabalina,
etc., a todos los poetas heroicos,
épicos, trágicos, cómicos, ditirámbicos,
dramáticos, autistas, entremeseros, bailinistas y villancieres,
y los demás de nuestro dominio, así seglares como
eclesiásticos, salud y consonantes.
Sepáis: como, advirtiendo las grandes desórdenes
y desperdicios con que han vivido hasta aquí los que manejan
nuestros ritmos, y que son tantos los que, sin temor de Dios y
de sus conciencias, componen, escriben y
hacen versos, salteando y capeando
de noche y de día los estilos, conceptos y modos de decir
de los mayores, no imitándolos con la templanza
y perífrasis que aconseja Aristóteles, Horacio y
César Escalígero, y los demás censores que
nuestra Poética advierten, sino remendándose con
centones de los otros y haciendo mohatras de versos, fullerías
y trapazas, y para poner remedio en esto, como es justo, ordenamos
y mandamos lo siguiente:
»Primeramente se manda que todos escriban
con voces castellanas, sin introducirlas de otras lenguas,
y que el que dijere fulgor, libar, numen, purpurear, meta, trámite,
afectar, pompa, trémula, amago, idilio, ni otras de esta
manera, ni introdujere posposiciones desatinadas, quede privado
de poeta por dos academias, y a la segunda vez confiscadas sus
sílabas y arados de sal sus consonantes, como traidores
a su lengua materna.
»Item, que nadie lea sus versos en
idioma de jarabe, ni con gárgaras de algarabía
en el gútur, sino en nuestra castellana pronunciación,
pena de no ser oídos de nadie.
»Item, por cuanto celebraron el Fénix
en la academia pasada en tantos géneros de versos, y en
otras muchas ocasiones lo han hecho otros, levantándole
testimonios a esta ave y llamándola hija y heredera de
sí propia y pájaro del Sol, sin haberle tomado una
mano ni haberla conocido si no es para servirla, ni haber ningún
testigo de vista de su nido, y ser alarbe de los pájaros,
pues en ninguna región ha encontrado nadie su aduar, mandamos
que se ponga perpetuo silencio en su memoria, atento que es alabanza
supersticiosa y pájaro de ningún
provecho para nadie, pues ni sus plumas sirven en las galas
cortesanas ni militares, ni nadie ha escrito con ellas, ni su
voz ha dado música a ningún melancólico,
ni sus pechugas alimento a ningún enfermo; que es pájaro
duende, pues dicen que le hay, y no le encuentra nadie,
y ave solamente para sí; finalmente, sospechosa de su sangre,
pues no tiene abuelo que no haya sido quemado;
estando en el mundo el pájaro celeste, el cisne, el águila,
que no era bobo Júpiter, pues la eligió por su embajatriz,
la garza, el neblí, la paloma de Venus, el pelícano,
afrenta de los miserables, y, finalmente, el
capón de leche, con quien los demás son unos
pícaros. Este sí que debe alabarse, y mátenle
un fénix a quien sea su devoto, cuando tenga más
necesidad de comer. Dios se lo perdone a Claudiano, que celebró
esta necedad imaginada, para que todos los poetas pecasen en él.
»Item, porque a nuestra noticia ha venido que hay un linaje
de poetas y poetisas hacia palaciegos,
que hacen más estrecha vida que los monjes del Paular,
porque con ocho o diez vocablos solamente, que son crédito,
descrédito, recato, desperdicio, ferrión, desmán,
atento, valido, desvalido, baja fortuna, estar falso, explayarse,
quieren expresar todos sus conceptos y dejar a Dios solamente
que los entienda, mandamos que se les den otros
cincuenta vocablos más de ayuda de costa, del tesoro
de la Academia, para valerse de ellos, con tal que, si no lo hicieren,
caigan en pena de menguados y de no ser entendidos como si hablaran
en vascuence.
»Item, que en las comedias
se quite el desmesurarse los embajadores con los reyes, y que
de aquí adelante no le valga la ley del mensajero; que
ningún príncipe en
ellas se finja hortelano por ninguna
infanta, y que a las de León
se les vuelva su honra con chirimías, por los testimonios
que las han levantado; que los lacayos graciosos
no se entremetan con las personas reales si no es en el campo
o en las calles de noche; que para querer dormirse sin qué
ni para qué no se diga: «Sueño
me toma», ni otros versos por el consonante,
como decir a rey, «porque es justísima ley»,
ni a padre, «porque a mi honra más cuadre»,
ni las demás: «A furia me provocó»,
«Aquí para entre los dos» y otras civilidades,
ni que se disculpen sin disculparse diciendo:
«Porque un consonante obliga
a lo que el hombre no piensa»
Y al poeta que en ellas incurriera de aquí adelante, la
primera vez le silben, y la segunda
sirva a Su Majestad con dos comedias en Orán.
»Item, que los poetas más antiguos se repartan por
sus turnos a dar limosna de sonetos,
canciones, madrigales, silvas, décimas, romances y todos
los demás géneros de versos a poetas vergonzantes
que piden de noche, y a recoger los que hallaren enfermos comentando
o perdidos en las Soledades de don Luis
de Góngora; que haya una portería en la Academia,
por donde se dé sopa de versos
a los poetas mendigos.
»Item, que se instituya una Hermandad y Peralvillo contra
los poetas monteses y jabalíes.
»Item, mandamos que las comedias de
moros se bauticen dentro de cuarenta días, o salgan
del reino.
»Item, que ningún poeta,
por necesidad ni amor, pueda ser pastor
de cabras ni ovejas, ni de otra res semejante, salvo si fuere
tan Hijo Pródigo que, disipando sus consonantes en cosas
ilícitas, quedare sin ninguno sobre qué caer poeta;
mandamos que en tal caso, en pena de su pecado, guarde cochinos.
»Item, que ningún otro poeta sea osado a hablar
mal de los otros sino es dos veces en la semana.
»Item, que al poeta que hiciere poema
heroico no se le dé de plazo más que un año
y medio, y que lo que más tardare se entienda que es falta
de la musa; que a los poetas satíricos
no se les dé lugar en las academias, y se tengan por poetas
bandidos y fuera del gremio de la poesía noble, y que se
pregonen las tallas de sus consonantes, como de hombres facinerosos
a la república. Que ningún hijo de poeta que no
hiciere versos no pueda jurar por vida de su padre, porque parece
que no es su hijo.
»Item, que el poeta que sirviere a señor ninguno,
muera de hambre por ello.
»Y, al fin, estas premáticas y ordenanzas se obedezcan
y ejecuten como si fueran leyes establecidas de nuestros príncipes,
reyes y emperadores de la Poesía. Mándanse pregonar,
porque venga a noticia de todos.»
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