Literatura Española del Siglo XVII

05.- NOVELA PICARESCA

7.- Picaresca y costumbrismo

7.1.- Desordenada codicia de los bienes ajenos de Carlos García (1619)

CAPÍTULO II.- De un gracioso coloquio que tuvo el autor en la prisión con un famosísimo ladrón.

[...] apenas se oyó la voz cuando tras ella se dejó entrar por la puerta uno de mis devotos y tenido en mucha consideración entre aquella gente non sancta, mudado el color, el rostro bañado en lágrimas, sin sombrero, cruzadas las manos, sollozando y pidiendo con mucha humildad a los circunstantes le dejasen solo conmigo, encareciendo la brevedad como principal remedio de su desdicha. Hiciéronlo así, y él, viéndose solo y con libertad de descubrirme su pensamiento, sin algún preámbulo, prevención, advertencia o cortesía, dijo:
-Señor, hoy es el día de mi fiesta, y se me hace merced de la escribanía de un puerto, con un capelo de cardenal; ¿qué remedio habrá para un mal tan grande?
Verdaderamente, me suspendió algún tanto la cifra de sus palabras, juntamente con la figura que representaba, porque no sabía cómo glosar un lenguaje incógnito y acompañado con tantos suspiros; pero, reparando un poco en ello y presumiendo ya lo que podía ser, creí que el capelo lo había recibido en un jarro de vino y que de su mucha abundancia se le había subido a la cabeza aquella noble dignidad; y así, medio riendo, le respondí:
-Amigo,¿el correo que os trajo la nueva es de a doce o de a veinte?
-No es de a doce, ni aún de a cuatro, desdichado de mí —respondió él—, que no estoy embriagado ni en mi vida lo estuve; y pluguiese a Dios que todo el mundo viviese tan recatado en este particular como yo; mas, como dice el proverbio, unos tienen la fama y otros lavan la lana: y vuestra merced no hace bien en burlarse de un pobre desdichado que llega a pedille consejo en tan extremada aflicción.
Admiróme grandemente su asentada respuesta, y, no pudiendo dar en el blanco de lo que podía ser, le dije, algo colérico:
-Acabad ya de contarme la causa de vuestra pena, y no me tengáis más suspenso con vuestra cifra y enigmas.
-Yo conozco ahora, señor mío -dijo él-, que vuestra merced no ha estudiado términos martiales, ni ha visto las coplas de la jacarandina, y así le será dificultoso entender la concusión de los cuerpos sólidos con la perspectiva de flores rojas en campo blanco.
De esta segunda respuesta me acabé de confirmar que no estaba embriagado, pero loco sí; y como a tal, otorgué todo lo que me decía, aunque sin entendelle. Y tomando pie de sus mesmas razones, le pregunté quién le hacía cardenal y por qué. A lo cual me respondió diciendo:
-Sabrá vuestra merced que algunos de tercio y quinto, oficiales de topo y tengo, sobre el siete y el llevar, se encontraron conmigo un domingo a medianoche y hallándome en el as de palos, dio su suerte en azar y yo quedé con el dinero. Picáronse y, deseando vengar su agravio, se fueron a Cipion, manifestando una llave universal que en mis manos habían visto, sobre lo cual se hicieron largas informaciones por los señores equinocciales, y al cabo de un riguroso examen que se me hizo, no hallándome bueno para Papa, me dejaron el oficio de cardenal.
-Por ser muy dichoso os podéis tener -le respondí- con tan alta dignidad, pues son muy pocos y con mucho trabajo los que llegan a ella.
-Yo la renunciaría de buena gana —dijo él—, y sin pensión, si alguno la quisiese recibir por mí, y aun me obligaría a pagalle las bulas; porque, a decille la verdad, es carga muy pesada, y quien la da no tiene muy buena reputación en el vulgo, ni amigos en la ciudad; y esta es la causa que no la estimo. Y no piense vuestra merced que con decir no quiero aceptalla se remedia esta pena, porque no está en mi mano ni en la de los que semejantes cargos reciben el podello hacer, pues las dignidades se reparten por merecimientos; y así, aunque el hombre las rehuse, se las hacen tomar por fuerza. Y porque alguno, por demasiado humilde, no se excuse ni haga resistencia, le atan como si fuese loco.
-Verdaderamente, amigo —le dije—, deberíais teneros por dichoso y bienaventurado con tal elección, supuesto que va por merecimientos y no por favor.
-Bienaventurado —dijo él—, sí por cierto que lo soy, aunque indigno pecador, pero no dichoso, que a serlo no fuera bienaventurado.
Con esta respuesta me acabé de desengañar de que no estaba loco ni embriagado, sino que, de solapado y tacaño, encubría su razonamiento; y determinando dejalle con sus satíricas gracias, me levanté en pie diciéndole algunas palabras injuriosas, a las cuales respondió, con mucha humildad, diciendo:
-Refrene vuestra merced su cólera, le suplico, señor mío, que el habelle hablado por cifras no carece de misterio, y créame que no ha habido en ello otra intención que ocultar mis desdichas a algunos soplones, que ordinariamente van desvelados escuchando las vidas ajenas para retallas a sus correspondientes; pero ahora, que sin recelo puedo hablar, yo me declararé confiado en que vuestra merced, como de tan buen entendimiento, no se escandalizará de oír mis flaquezas, ni por ellas me privará del buen consejo que de su extremada caridad espero. Y así, sepa que el cardenal es el que hoy me darán a mediodía en las espaldas; la escribanía del puerto, la que reciben los que van condenados a galeras; los del tercio, son algunos de nuestra compañía, los cuales guardan la calle cuando se hace algún hurto, y éstos llevan el tercio; los de quinto, son alguna gente honrada, o a lo menos tenida por el vulgo por tal, la cual encubre y guarda en su casa el hurto, recibiendo por ello el quinto de lo que se roba[...]