Literatura Española del Siglo XVII
05.- NOVELA PICARESCA 5.- Picaresca histórica:
Capítulo tercero [¿1623-1626?] Adonde se declara el viaje que hizo a Roma; lo que le sucedió en ella, estando por aprendiz de un cirujano. Cómo se volvió a huir tercera vez; entró a servir de platicante y enfermero en el hospital de Santiago, de Nápoles, y cómo se salió dél por pasar a Lombardía con puesto de abanderado. Mandaron a mi tercio que marchase
a los Países Bajos, cuya nueva
me dejó sin aliento, por ser camino tan largo, y que lo habíamos
de caminar en mulas de San Francisco. Estaba en mi compañía
un soldado que había servido en aquellos Estados en tiempo
de treguas; y para informarme dél qué tierra era adonde
nos mandaban ir, lo convidé a beber dos frascos de vino en
una ermita del trago; y después
que estaba como el arca de Noé, habiéndole yo dicho
cómo estaba de camino para ir a ver la gran corte de Bruselas,
me dijo lleno de vaguidos de cabeza, y de abundancia de erres: Capítulo séptimo [1634-1638 o 1639] Que trata del viaje que hizo a los Estados de Flandes; una pendencia ridícula que tuvo con un soldado; la junta que hizo con un vivandero, y otros muchos acaecimientos. Sucedióme un día un
cuento harto donoso, y fue que, saliendo
de comer de la villa, tan por extremo cargada la cabeza que los niños
me parecían hombres y los hombres gigantes, lo blanco azul
y lo verde leonado, llegué dando traspiés a una grasería,
que estaba toda cubierta y adornada de manojos y hileras de velas
de sebo; y pareciéndome
los manojos que lo eran de rábanos,
le pregunté al dueño que por qué causa les había
quitado las hojas. El cual, por no entenderme y conocer de la suerte
que iba, dejó de responderme, y se puso muy de espacio a reír.
Yo, que imagino que a la preñez de mi borrachera le había
dado por comer rábanos, alargué la mano a una de las
hileras, que estaba pendiente de un palo largo, y agarrando dos velas
y tirando con fuerza para darme un verde de lo que apetecía,
di con todo el argadijo en tierra. Viendo el amo toda su mercancía
hecha pedazos, antes de dejármela probar tomó el palo,
y descargólo sobre mí con tal furia, que si el vino
me había hecho ver estrellas a medio día, él
me hizo ver luceros a las dos de la tarde. Sentía, aunque borracho,
de tal suerte el dolor y agravio, que metiendo mano a la espada, cerré
con él como con tropa de enemigos. Viéndome tan fuera
de mí y que sin miedo ninguno me iba acercando a él
sin bastarle la defensa del palo, se metió en un aposento cercano
a la tienda y cerró tras sí la puerta. Yo, viendo que
por más estocadas que daba a la puerta no se me quitaba el
escozor de la chimenea y de las costillas,
cerré con la procesión de la Candelaria,
y tirando tajos y reveses, desgajando y desmenuzando escuadrones
de sebo y pabilos, rendí a mis pies el número
de mil velas o rábanos, dejando
la tienda hecha una ruina de grosura. A este tiempo acertó
a pasar por cerca de mi palestra una tropa de soldados de los nuestros,
y viéndome jugar de montante y tan encendido en cólera,
a persuasión de unos vecinos, me sacaron a la calle, diciendo
a grandes voces: Capítulo X [1642-43] En que prosigue el fin que tuvo aquel sitio, y del viaje que hizo al reino de Polonia y de lo que le sucedió a la vuelta de la batalla de Lipzig que dieron los imperiales a los suecos, y un recuentro que tuvo con un trozo de vivanderos y de la vuelta que dio a Flandes y después al Imperio. [...] Al cabo de tres días me despacharon, dándome trecientos ducados para guantes y enviándole la Reina [Cecilia Renata de Habsburgo, 1611-44] a su hermano, entre las demás cartas, una en que le encargaba que, si acaso me despachase a los Países Bajos, me diese comisión de traerle unas puntas [puntillas] y una muñeca vestida al traje francés, para que sus sastres tomasen el modelo y le hiciesen de vestir a uso de aquel reino, por ser el de Polonia embarazado y no a su gusto. [...] En este tiempo la Condesa de Ulst, a pedimiento de mi amo y por agradar a la Reina de Polonia, me dio una gran muñeca, vestida a lo francés, que había hecho traer de París. Compré gran cantidad de puntas, de las mejores y más finas que pude hallar, en cumplimiento de lo que me había mandado el Archiduque Leopoldo. [...] Llegué al cabo de las diez y ocho [jornadas] a los pies de Su Alteza, el cual se holgó de verme, y mucho más cuando supo que llevaba la muñeca y puntas que había mandado traer de Flandes. Cecilia Renata de Habsburgo, 1611-44 Aquí tienes el texto completo http://parnaseo.uv.es/Lemir/Revista/Revista13/4_Texto_Estebanillo.pdf |