CERVANTES.- LA ILUSTRE FREGONA
En fin, en Carriazo vio el
mundo un pícaro virtuoso, limpio, bien criado y más
que medianamente discreto. Pasó por todos los grados de pícaro
hasta que se graduó de maestro en las almadrabas de Zahara,
donde es el finibusterrae de la picaresca.
¡Oh pícaros de cocina, sucios, gordos y lucios; pobres
fingidos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover y de la plaza
de Madrid, vistosos oracioneros, esportilleros de Sevilla, mandilejos
de la hampa, con toda la caterva innumerable que se encierra debajo
deste nombre pícaro!, bajad el toldo, amainad el brío,
no os llaméis pícaros si no habéis cursado dos
cursos en la academia de la pesca de los atunes. ¡Allí,
allí, que está en su centro el trabajo junto con la
poltronería! Allí está la suciedad limpia, la
gordura rolliza, la hambre prompta, la hartura abundante, sin disfraz
el vicio, el juego siempre, las pendencias por momentos, las muertes
por puntos, las pullas a cada paso, los bailes como en bodas, las
seguidillas como en estampa, los romances con estribos, la poesía
sin acciones. Aquí se canta, allí se reniega, acullá
se riñe, acá se juega, y por todo se hurta. Allí
campea la libertad y luce el trabajo; allí van o envían
muchos padres principales a buscar a sus hijos y los hallan; y tanto
sienten sacarlos de aquella vida como si los llevaran a dar la muerte.
Pero toda esta dulzura que he pintado tiene un amargo acíbar
que la amarga, y es no poder dormir sueño seguro, sin el temor
de que en un instante los trasladan de Zahara a Berbería.