Literatura Española del Siglo XVII

05.- NOVELA PICARESCA

02.- La pícara Justina (1605)

Aleluyas: "Nave de la vida picaresca"

LIBRO PRIMERO. LA PÍCARA MONTAÑESA

CAPÍTULO III. De la vida del mesón

NÚMERO TERCERO.- De la muerte de los mesoneros [Murió el mesonero de un golpe que le dio un caballero con un medio celemín, y la mesonera de un hartazgo de longaniza y carnero]

SEXTILLAS

Diego Díez desafió
a romance y a latín
a la muerte; ella venció
y al Diego Diez le metió
en un medio celemín,
con que vencido quedó.
La mujer del mesonero
sustituyó el batallón,
mas también la dio tapón,
porque la atestó el garguero
con longaniza y carnero,
y así triumphó del mesón.
....................................

Paréceme que te leo los labios, hermano letor, y que me preguntas y me mandas que te diga muy en particular el discurso de mi vida y aventuras del tiempo que fui mesonera con tutores y viví con mi madre. ¡Oh necio quien tal preguntas! ¿Qué vida quieres que cuente, sabiendo que bailaba al son que me hacía mi madre? Ea, déjame, no me importunes, ¡gentil disparatón! No pienses que lo dejo porque es de echar a mal, que cosas hice que pudieran entrar con letra colorada en el calendario de Celestina, pero no quiero que se cuente por mío lo que hice a sombra de mi madre. ¿Quiéresme dejar? ¡Quita allá tu real de a ocho![7 €] ¿Dinero das? Pues si tanto me importunas, habré de pintar algo, aunque no sea sino el dedo del gigante, que por ahí sacarás quién fue Calleja. Una cláusula tenía yo ordenada para dejar en mi testamento en favor de una discípula; esa quiero poner aquí, y sea donación entre vivos en favor de las plateras del mesón, y serviráles de ejemplo, de espejo y de aviso, pues ella es una summa en que se suma y cifra lo que toca y pertenece a cuáles y quiénes, cuándo y cómo y para cuándo han de ser cual fui yo, que dice así, y va medio en copla:
La moza del mesón, esto es en conclusión: en andar, gonce; en pedir, pobre; de día, borrega; de noche, mega; en prometer, larga; en cumplir, manca; antes de mesa, perrilla; después de mesa, grifa; en enredos, hilo portugués; al fallo, puerco montés; lo empeñado, todo; lo vendido, nada o poco; una alforja de bailar y otra de trabajar; en la bolsa, munición; en la cara, siempre unción; cumplir con todos, amistad con los más bobos; lo pagado, pase; lo rogado, no vale; de ordinario alegría y siempre tapagija, y aires bola, y a Dios que esquilan, que con decir viene mamá y rascar la cofia se avientan los nublados, y no debo más.
Querría pedir a sus mercedes una licencia, y es para ser un poquito cuerda y durar como de lana, para enjaguarme los dientes con una consideración que me brinca en el colodrillo por salir a danzar en la boca a ringla con los dieciocho. Ya soy cuerda, dure lo que durare. Señores, los mis señores, compadeceos desta pobre que tales alhajas de inclinaciones heredó de aquella que la parió una vez y mil la tornó al vientre para renovar las marañas que en mí esculpió al principio.
Créanme que a veces me paro a imaginar que si fuera verdad que las almas se trasiegan de cuerpo a cuerpo, como dijeron ciertos philósofos bodegueros, sin duda creyera de mí que tenía a meses las almas de padre y madre. Y pues va de seso, digo que ahora me confirmo en que todas las cosas tornan al principio de do salieron. La tierra se va al centro, que es su principio; el agua al mar, que es su madre; la mariposa torna a morir en la pavesa, de quien fue hecha; el sol torna cada veinte y cuatro horas al punto donde nació y fue criado; los viejos se tornan a la edad que dio principio a su ser; la espiga madura y abundante de granos se tuerce e inclina por tornar a la tierra de a do salió, y el ave fénix vuelve a morir en las cenizas que dieron principio a su vida. Y el hombre... ¿Dónde vas a parar, Justina? Pardiez, que si no me hablaras a la mano, por pocas parara en el miércoles de Ceniza, y dijera:
-Acuérdate, hombre, que eres ceniza.
Mas no voy a eso, que cuando yo me hubiera de meter a predicadera de los encenizados, no me faltara qué decir, aunque no fuera sino lo que oí a un predicador que predicaba coplas desleídas, y viniendo a tratar del Evangelio de aquel día, dijo:
-Hermanas, el Evangelio que se ha cantado en la misa de hoy dice que el día que ayunáredes untéis la cabeza y lavéis la cara, mas vosotras las mujeres, como en todo andáis al revés, hacéis esto a la trocadilla, que untáis las caras y laváis las cabezas.
No me descontentó el puntillo de este padre ceniciento, porque valía cualquier dinero para si yo fuera quien le predicara, o para él, si el sermón fuera en la ronda, o entre las cercas, o en la lumbre asando castañas. Mas en el púlpito, pardiez que fue una de las catorce. Por otra parte, no me espanto, que quizá lo halló aquel bendito escrito en algún cartapacio de alquiler y se le dieron con condición que lo dijese todo como en ello se contenía, y emborrólo; o quizá de puro respeto o de vergüenza. También le excuso por ignorante, pero no de ser ignorante. Pero, ¿quién me hace a mí portazguera de púlpito ni alcabalera de echacuervos? Mas no importa, que las necias, digo, las mujeres, siempre tenemos pagado el alquiler de los cascabeles para entrar en esta danza.
Pero cierto que no iba a decir nada desto de prédicas, sino que se atravesó el ancho y birléle. Iba a decirles que echen de ver que no hace poco quien, naciendo de tales madres, se refrena, ni mucho quien se desenfrena, que las hijas son esponjas de las madres.
A fe, que he estirado bien la cuerda del ser cuerda. Ya bostezo. ¡Jesús, mis brazos! Entumida estoy, cansada estoy de tanto asiento y enfadada de tanto seso. Ahora digo que no hay mayor trabajo que obligase un hombre a hablar en seso media hora. Pardiez, ya temía que me nacieran rugas en las entendederas; ya pensé criaba moho el molde de las aleluyas, y telarañas el de decir gracias; ya me daba brincos el corazón por decir de lo bien hilado, que los sentidos habituados a decir gracias son como danzantes de aldea, que si una vez se calzan los cascabeles para subir al tablado, no los harán detener cuarenta alcaldes de corte.

APROVECHAMIENTO

No dice mal esta libre mujer en que todas las cosas tornan a su principio, pero es culpable ella y otras de su jaez en no inferir deste punto que, pues el nuestro fue tierra, polvo y ceniza, obremos como quien teme al que puso al hombre este fin y paradero, y como quien agradece el haber salido de tal principio, y como quien ha de volver a Dios, que es universal principio.

LIBRO SEGUNDO.- LA PÍCARA ROMERA (Segunda parte)

CAPÍTULO SEGUNDO.-Del fullero burlado

NÚMERO PRIMERO.- De la del penseque [Este número parece una guía turística, ingeniosa y maliciosa,de la ciudad de León y su catedral]

SEGUIDILLA

Hácese bobilla
la del penseque,
y no mira cosa
que no penetre.
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Llegué a la Iglesia Mayor, y poco antes de entrar en ella, encontré con una tropa de mozas de cántaro que pensé que eran gorriones en sarmentera, según chillaban, y era que al pie del patio (que es el paseo de los señores de la iglesia), está la fuente que llaman de Regla, no, a lo menos, por la que allí les vi tener, sino por la que fuera razón guardar junto a tan sacro lugar, ya que está allí la fuente. Mas estaba tan ajena de regla, que yo vi moza que, embebida en ver, oír y no callar, con un lacaísimo bellaquísimo, se entretuvo cogiendo y vaciando agua en su cántaro de barro más de media hora. ¡Dolor de su ama, si la estaba esperando con el frío de la calentura para que le echase ropa de la que le sobraba a ella! Lo que es la moza tardó mucho. Yo la perdono, porque me dio a beber por su cántaro un poco de agua que, aunque gruesa y no nada fresca, por donde mojaba pasaba, y aficionéme más a su cántaro que a otro por ser el más enjuagado o enaguado, como dicen las ciliantristas.
Comencé a entretenerme en mirar la iglesia. Es bien galana, tanto que pensé que era el carro del día del Corpus adornado de varios gallardetes y banderolas. Noté que estaba notablemente envejecida la portada, más que ninguna otra parte de la iglesia, y pensé que la causa era porque todas las viejas gastan más de boca que de ninguna otra parte, en especial cuando son afeitadas; pero no es eso, sino que aquella portada está vieja y mohína y gastada de puro enfadada de ver entrar allí tantas caperuzas y tan pocos devotos a oír vísperas y oficios tan solenes. Aunque entré dentro de la iglesia, yo cierto que pensé que aún no había entrado, sino que todavía me estaba en la plaza, y es que como la iglesia está vidriada y transparente, piensa un hombre que está fuera y está dentro, como corregüela de gitano. De otras iglesias dicen que parecen una taza de plata, de aquella puédese decir que no sólo parece, sino que es una taza de vidrio, que se puede beber por ella. Yo no sé para qué fin hicieron tan abrinquinado aquel famoso templo, si no fue porque como el frío y calor de aquella tierra son traidores, quisieron que no se pudiesen absconder ni retraer a la iglesia, que la Iglesia no vale a traidores, o quizá el topo, que impidía aquel edificio cuando se comenzó a hacer en aquel sitio Casa Real, debió de sacar en condición que las paredes fuesen de vidrio y las bóvedas de toba; mal año si les mandaran hacer tejados de vidrio, que malas pedradas fueran éstas. Yo hablo como boba y a fe de penseque, que pudo ser que como la iglesia es chica y la gente de aquella tierra mucha en aquellos tiempos, dieron traza que quedase la iglesia de modo que pudiesen oír misa desde la calle. Ya la gente está apocada, y así han cubierto los claros de las vidrieras y pintado allí unas cosas, aunque se han atajado muchos de los inconvinientes que yo pensé que había, y no debía de haber ninguno, sino que desto de Iglesia a mí no se me entiende más que a puerca de freno.
A lo mejor de mi miradura, entró gran tropa de canónigos, vestidos de blanco, las camisas sobre el sayo, que iban entrando al coro por diferentes puertas. Yo, como era la primera vez que vi cosa semejante, pensé que era la hueste, mas después, viendo que eran hombres como los otros, les perdí el miedo. Tras esto, vinieron unas danzas de mozas que llamaban las cantaderas, y guiada por este nombre, pensé que habían de cantar en el coro las vísperas con los canónigos, como cuando cantan las sibilas, y como vi pocas sillas respecto del mucho número de prebendados, que me dicen ser ochenta y cuatro, y que las cantaderas eran más de cincuenta, pensé que en cada una silla habían de estar cantando un canónigo y una cantadera, mas todo fue pensar en vago, que no iban a cantar, sino a bailar. Por cierto, que las pudieran llamar bailaderas y no cantaderas, y ahorrarnos de un penseque de los muchos que me sobraban, y hay más de cuatro que yo no digo.
Estas cantaderas eran buenas niñas, pollas de hasta dieciocho o veinte años, en fin, de mi edad, que no tuve yo poca gana de entrar en la danza y injerirme, como fingen de Pigargo, que se metió en el sarao de las reinas, y aun al principio estuve por hacerlo, porque como iban bailando con atambores delante, pensé que iban haciendo gente, y como somos gente, pardiez, por pocas nos asentáramos en la danza. Por esta causa, me anduve un rato tras ellas, bailando con los ojos al son, y algunos de los que me veían me preguntaban si era yo cantadera.
Una cosa vi de que se consoló mucho esta alma pecadora; en la iglesia de León hay una claustra o calostra, no sé cómo se llama, sé que en ella hay un patio que gastaron muchos ducados en medio enlosarle y lo dejaron a la mitad, como al labrador de Zahínos, que le hicieron la media barba a navaja y la otra le dejaron, a causa de que pidió plazos para la paga y el maestro para la hecha. Dicen que se dejó así, medio enlosarle, porque aquella piedra la desmoronaba el agua y a pocos años se volviera de piedra en arena. ¡Ay, Dios! ¿Y el maestro no pudiera primero mirar los materiales que tenía? Así que en el claustro, donde está este medio enlosado o este remiendo entero, me enteraron que ofrecen las cantaderas de la perrochia de Señor Marciel -que es una iglesia que ha años que está comenzada a hacer de por amor de Dios, y porque no se acabe tan buen amor, no se acaba la obra-, unas ciruelas y aun no sé si peras, o pan, o queso; y aun me dicen que no sólo ofrecen esto en aquella iglesia, pero que pocos días después, las mismas cantaderas llevan en un carro de bueyes un cuarto de toro y le ofrecen a nuestra Señora. ¡Ay, Dios, qué llaneza! Yo destas cosas de Iglesia siempre pensé que era caso de Inquisición el murmurar, porque si no, desta ofrenda y del tributo de las pescadas, ajos y puerros, a fe que les había de dar una matraca que les enviara a Egipto a los leoneses, no para hacer agravio a nadie (que bien sé que todo es santidad y nació de la antigua devoción pura y llana), sino para entretenerles y galopearles el gusto. Mas como temo no quiera algún bachiller ir a mi costa a besar las manos a los señores inquisidores, no quiero meterme en agudezas, sino creer firmemente que las cantaderas de Señor Sant Marciel llevaban por guía delante de sí una que llamaban la Sotadera, la cosa más vieja y mala que vi en toda mi vida, que me parece que para purgar una persona y digerir hígado y livianos y todos los entresijos, bastaba enjaguar dos veces los ojos con la cara de aquella maldita vieja cada mañana, que yo fío hiciera esto más efecto que tres onzas de ruibarbo preparado. La cara pensé visiblemente que era hecha de pellejo de pandero ahumado; la fación del rostro, puramente como cara pintada en pico de jarro; un pescuezo de tarasca, más negro que tasajo de macho; unas manos embezadas, que parecían haberlas tenido en cecina tres meses.
Sólo en una cosa vi que andaban bien los curas, que la mandaban a la Sotadera cubrir el rostro con una manera de zaranda forrada en no sé qué argamandeles, y con esto no la ven. Con todo eso, algunas veces que soliviaba la zaranda, pensé que aquel maldito basilisco me quería encarar por mi gran culpa, y daba el tranco que me ponía en Baeza.

APROVECHAMIENTO

Personas mal intencionadas son como arañas, que de la flor sacan veneno, y así, Justina, de las fiestas santas no se aprovecha sino para decir malicias impertinentes

Dibujo de una tarasca, con el pescuezo como el de la vieja sotadera

TERCERA PARTE DEL LIBRO SEGUNDO DE LA PÍCARA ROMERA

CAPÍTULO SEGUNDO.-De la bizma de Sancha Gómez

NÚMERO PRIMERO.- De la enfermedad de Sancha la gorda

TERCETOS DE PIES CORTADOS

Aquí verás la pintura del dios Ba...[co]
En una mesonera gorda y bo...[ba]
Que es puro bodego en carne huma...[na]
Descúbrele a Justina sus amo...,[res]
Su trato, su hacienda y sus secre...,[tos]
Justina, en pago, le hace la mamo...[na]


Era dueña deste mesón viuda de dos maridos, o, por mejor decir, de marido y fiador, a cuya causa traía una toca roquetal muy larga, que, en razón de exceder la gravedad de su persona aquel hábito y toca, se puede creer que la mitad de la toca era por el marido y la mitad por el fiador. Parecióme algo coja, y no lo era, sino que las gordas siempre cojean un poco, porque como traen tanta carne en el peso, nunca pueden andar tan en el fiel, que no se desquilate una balanza más que otra, y esta era gorda en tanto extremo, que de cuando en cuando la sacaban el unto para que no se ahogase de puro gorda. No la hubiera conmigo, que yo la enjutara la panza con cortezones duros y secos, que ansí curé yo una perrilla de una dama que tenía hastío de comer bizcochos. [...]
La cuitada, para echar el resto de sus pesadumbres, traía un muy grueso cordón, que más parecía bordón según era duro, ñudoso y grueso, y a los dos lados deste gordo cordón una bolsa y llavero de llaves; la bolsa, de la hechura de huevo de avestruz, el llavero tamaño, y con tanto hierro como el incensario de Santiago. ¡Miren si esta carga era para doblegar una mujer que parecía que constaba de sólo carne momia, o que era carne sin hueso, como carne de membrillo!
Sin duda era mala visión. Toda ella junta parecía rozo de roble. Era gorda y repolluda. No traía chapines, sino unos zapatos sin corcho, viejos, herrados de ramplón, con unas duras suelas que en piedras hacen señal. Los anillos de sus manos eran verrugas, que parecían botones de coche en cortina encerada. Nariz roma, que parecía al gigante negro. Labios como de brocal de pozo, gruesos y raídos, como con señal de sogas. Los ojos chicos de yema y grandes de clara. Gran escopidora, que si comenzaba a arrancar, arrancaba los sesos desleídos en forma de gargajos. Tenía dos lunares en las dos mejillas, tan grandes, que entendí eran botargas untadas con tinta. Parecía ella, por cierto, en la sodomía del rostro, no muy avisada, aunque para su cuento nada boba y menos descuidada. En casa destapóse, y echarán de ver cuán endiablada cara tenía, pues no bastó mi presencia para aperroquiar el mesón de pisaverdes, que, en fin, como dijo el otro, poco puede un buen despejo donde hay un buen despego.[...]