Literatura Española del Siglo XVII

05.- NOVELA PICARESCA

4.3.- Un pícaro médico:

Antonio Enriquez Gómez: El Siglo Pitagórico (1650)

-Vida azarosa de don Gregorio Guadaña

Capítulo I.- Cuenta don Gregorio su patria y genealogía.

Si está de Dios que yo he de ser coronista de mi vida, vaya de historia.
Yo, señores, nací en Triana, un tiro de vista de Sevilla, por no tropezar en piedra. Mi padre fue doctor de medicina, y mi madre comadre; ella servía de sacar gente al mundo, y él de sacarlos del mundo; uno les daba cuna y otro sepultura. Llamábase mi padre el doctor Guadaña, y mi madre la comadre de la Luz; él curaba lo mejor del lugar, y ella parteaba lo mejor de la ciudad; quiero decir que él curaba al vuelo, y ella al tiento. Andaba mi padre en mula, y mi madre en mulo, por andar al revés, y todas las noches, después de vaciar las faldriqueras, se contaba el uno al otro lo nacido y lo muerto. no comían juntos, porque mi padre tenía asco de las manos de mi madre y ella de sus ojos, por haberlos paseado por las cámaras o aposentos de los enfermos. Cuando había algún parto secreto, el sobreparto curaba él, y el parto ella, y todo se quedaba en casa. Mi padre daba remedios para fingir opilaciones, y mi madre a los nueve meses desopilaba a todas.
Un tío mío, hermano de mi padre, era boticario, pero tan redomado, que haciendo un día su testamento, ordenaba que le diesen sepultura en una redoma por venderse por droga. Era su botica una piscina de ellas, y el ángel que las movía era mi padre; pero los pobres que caían en ella, en vez de llevar la cama a cuestas, los llevaban a ellos. No se daba manos mi tío a llenar su botica, ni mi padre a vaciarla; y entre los dos había cuenta de medio partir cada mes, por lo bebido y purgado. Si un enfermo había menester un jarabe, mi padre le recetaba diez, y si una medicina, veinte; y con este arbitrio estaba de bote en bote la casa, llena de dinero a pura receta baldía, igualando mi padre las enfermedades, pues todas gozaban igualmente de su providencia [...] Cuando él conocía una enfermedad corta, la largaba la rienda, y cuando caminaba mucho, se la tiraba, y entre andadura y trote, nunca le dejaba llegar a la posada de la salud, antes la rodeaba por el camino de la muerte, sesteando todos en casa de mi tío el boticario. Tasaba mi padre sus recetas como para sí; y solía muchas veces reñir con su hermano, con lo cual aseguraba los enfermos. Llamábase mi tío Ambrosio Jeringa, si bien Jeringa le conmutaron muchos a Purgatorio, por los muchos que purgaban en su tienda los pecados de atrás.
Tenía mi madre un hermano cirujano; era la llave de mi padre, y con ella abría todo el lugar. Llamábase Quiterio Ventosilla. Era el hombre más dado a perros que vi en mi vida, porque hacía anatomía de cuantos topaba por la calle; perseguía aún después de muertos a los pobres del hospital, y no paraba hasta verles los hígados y sacarles las entrañas; solía decir que abriendo los muertos, sanaba los vivos; pero yo nunca le vi abrir ninguno que no le abriesen primero la sepultura [...]
[...] Mi abuelo por parte de padre era sacamuelas; llamábase Toribio Quijada, y desempedraba una y aún dos a las mil maravillas. Solía ponerse en la plaza con un rosario de huesos al cuello, y hacía una oración tan piadosa, que la mayor parte de la gente estaba la boca abierta escuchándole. Limpiaba dientes y muelas con tal gracia, que nunca más se hallaban en la boca [...]