Literatura Española del Siglo XVII

05.- NOVELA PICARESCA

 

AL-HAMADANI (h. 968-1008).- Maqamat (h.982)
12.- Cuadro de Bagdad.

Refiere Isà ibn Hisam:
Estando en Bagdad, me apeteció [comer] dátiles azad, mas carecía de numerario y hasta de [bolsa] en qué atarlo. Salí, pues, por ver de aprovechar en algún puesto, hasta dar en al-Karj, donde me encontré con un aldeano que guiaba con esfuerzo a su jumento y llevaba anudada la bolsa al izar en la cintura. Me dije: “Por Dios, que hemos logrado caza”. Y, luego, a él:
- Dios te guarde, Abu Zayd. ¿De dónde vienes? ¿Dónde te alojas? ¿Cuándo llegaste? Venga, vamos a casa.
- No soy Abu Zayd, sino Abu Ubayd - replicó.
- El Señor maldiga al Diablo, desterrando el olvido: el mucho tiempo pasado y la lejanía te borraron de mi memoria ¿Cómo está tu padre? ¿Sigue tan joven como en mis tiempos o encaneció tras mi marcha?
- El pasto de primavera crece sobre sus restos y ruego a Dios que le hiciera llegar al Paraíso - contestó.
- De Dios somos y a Él regresaremos. No hay poder ni fuerza sino en el Señor, el Altísimo, el Magno. - Y me llevé raudo la mano hacia la camiseta con intención de rasgarla, pero el rústico me agarró por la cintura, exclamando:
- A Dios imploro que no la desgarres - dijo.
- Venga, vamos a casa - proseguí -, a disponer un almuerzo, o, si no, al zoco a comprar un asado porque el mercado está más próximo y sus comidas son más sabrosas.
De este modo, le entró una enorme ansia carnívora a la par que le embargaban las ganas de yantar, hambriento como estaba. Por añadidura, no se percataba de haber caído [en la trampa]. Nos fuimos, pues, a un marmitón cuyas tajadas se derretían de grasa, chorreantes de salsa sus yawdabas.
- Aparta - le dije - esa carne para Abu Zayd. Pésale de aquellos dulces, elige de estotros platos, ponles encima unos hojaldres y aspérjalo todo con agua de zumaque para que Abu Zayd lo coma con salud.
El cocinero se combó con su hachuela sobre la manteca del atanor y la dejó pulverizada como cohol o cual harina de masar. Luego, nos sentamos [a comer] el aldeano y yo sin que ninguno de los dos diera muestras de impaciencia, hasta acabar del todo, momento en que dirigiéndome al confitero le pedí:
- Pesa dos arreldes de lawzinay para Abu Zayd; que pasa bien por el gaznate y mejor corre por las venas; que sea reciente, de la noche anterior y traído hoy mismo, fácil de partir mas de relleno espeso, enlucido cual aljófar, brillante como los astros y que se licúe como goma antes de mascarla [todo ello] para que Abu Zayd lo deguste con salud.
Así lo hizo y mi compañero y yo nos sentamos y arremangamos [para la faena] hasta dar buena cuenta de ello. Entonces dije:
- Abu Zayd, ¡qué falta nos hace agua helada para apagar esta sed y para apaciguar el calor de los bocados! Queda sentado, Abu Zayd, mientras te traigo a un azacán que te proporcione agua para beber.
Salí y me embosqué en un lugar desde donde podía divisarle sin que me divisara, por ver qué hacía. Como mi retraso se hiciera largo, se levantó el labriego hacia su burro, momento en que el parrillero se le enganchó al izar mientras le reclamaba:
-¿Dónde está el valor de lo que te has zampado?
- Invitado lo comí - respondió [el supuesto] Abu Zayd.
A lo que el cocinero le atizó un porrazo, repitiendo con una bofetada y conminándole:
- Toma! ¿Cuándo te hemos convidado? ¡Saca veinte dirhams, sinvergüenza!
El rústico rompió a llorar mientras desanudaba la bolsa con los dientes, musitando:
-¡Cuántas veces dije a ese monicaco que soy Abu Ubaid cuando me llamaba Abu Zaid !
Por mi parte recité:

Por el sustento usa de cualquier industria,
no te contentes en situación ninguna,
ni te cohibas ante cosa alguna
pues el ser humano es inepto sin remedio.

La enseñanza de estos versos y el espíritu de la anécdota son prepicarescos.

Puedes comparar este texto con la versión que se lee en la novela picaresca Vida del escudero Marcos de Obregón (1618), que te copio a continuación, y que añade un chiste final:

Fuime a mi posada, o a la del mesón del Potro, y púseme a comer lo que yo pude, que era día de pescado: en sentándome a la mesa, llegose cerca de mí un gran marchante, que los hay en Córdoba muy finos, que debía ser vagamundo, y me oyó hablar en la Iglesia mayor, o el diablo hablaba en él, y díjome: "Señor soldado, bien pensará vuesa merced que no le han conocido, pues sepa que está su fama por acá esparcida muchos días ha". Yo soy un poco vano, y no poco: creímelo, y le dije: "Vuesa merced ¿conóceme?" Y él me respondió: "De nombre y fama muchos días ha", y diciendo esto sentose junto a mí, y me dijo: "Vuesa merced se llama N. y es gran latino, poeta y músico": desvanecime mucho y convidélo si quería comer: él no se hizo de rogar y echó mano de un par de huevos y unos peces y comiolos; yo pedí más, y él dijo: "Señora huéspeda (porque no posaba en aquella posada) no sabe vuesa merced lo que tiene en su casa; sepa que es el mas hábil mozo que hay en toda la Andalucía": a mí diome más vanidad, y yo a él más comida, y dijo: "Como en esta ciudad se crían siempre tan buenos ingenios, tienen noticia de todos los que hay buenos en toda esta comarca. ¿Vuesa merced no bebe vino?" "No señor", respondí yo. "Hace mal, dijo él, porque es ya un hombrecito, y para caminos y ventas, donde suele haber malas aguas, importa beber vino, fuera de ir vuesa merced a Salamanca, tierra frigidísima, donde un jarro de agua suele corromper a un hombre: el vino templado con agua da esfuerzo al corazón, color al rostro, quita la melancolía, alivia en el camino, da coraje al más cobarde, templa al hígado, y hace olvidar todos los pesares": tanto me dijo del vino, que me hizo traer de lo fino media azumbre, que él bebiese, que yo no me atreví. Bebió el buen hombre, y tornó a mis alabanzas, y yo a oírlas de muy buena voluntad, y al sabor de ellas a traer más comida, tornó a beber y a convidar a otros tan desengañados como él diciendo que yo era un Alejandro, y mirando hacía mí, dijo: "No me harto de ver a vuesa merced, que vuesa merced es N. Aquí está un hidalgo, tan amigo de hombres de ingenio, que dará por ver en su casa a vuesa merced doscientos ducados".

Ya yo no cabía en mí de hinchado con tantas alabanzas, y acabando de comer, le pregunté quién era aquel caballero. Él dijo: "Vamos a su casa, que quiero poner a vuesa merced con él". Fuimos, y siguiéndole aquellos amigos suyos, y del vino, y yendo por el barrio de San Pedro, topamos en una casa grande un hombre ciego, que parecía hombre principal, y riéndose el bellacón, me dijo: "Este es el hidalgo que dará doscientos ducados por ver a vuesa merced". Yo corrido de la burla le dije: "Y aun por veros a vos en la horca los diera yo de muy buena gana". Ellos se fueron y yo quedé muy colérico y medio afrentado con la burla, aunque dijo verdad, que el ciego bien diera por verme cuanto tenia. Esta fué la primera baza de mis desengaños, y el principio de conocer que no se ha de fiar nadie de palabras lisonjeras, que traen el castigo al pie de la obra.

Libro 1, descanso IX