Libro 1º, Capítulo
VII
De la ida de
don Diego, y nuevas de la muerte de su padre y madre, y la resolución
que tomó en sus cosas para adelante
En este tiempo vino
a don Diego una carta de su padre, en cuyo pliego venía otra
de un tío mío llamado Alonso Ramplón, hombre allegado
a toda virtud y muy conocido en Segovia por lo que era allegado
a la justicia, pues cuantas allí se habían hecho
de cuarenta años a esta parte, han pasado por sus manos. Verdugo
era, si va a decir la verdad, pero una águila en el oficio; vérsele
hacer daba gana a uno de dejarse ahorcar.
Este, pues, me escribió una carta a Alcalá, desde Segovia,
en esta forma:
«Hijo Pablos (que por el mucho amor que me tenía me llamaba
así), las ocupaciones grandes de esta plaza en que me tiene ocupado
Su Majestad no me han dado lugar a hacer esto, que si algo tiene malo
el servir al Rey es el trabajo, aunque se desquita con esta negra honrilla
de ser sus criados.
Pésame de daros nuevas de poco gusto. Vuestro padre murió
ocho días ha con el mayor valor que ha muerto hombre en el mundo;
dígolo como quien lo guindó.
Subió en el asno sin poner pie en el estribo; veníale
el sayo baquero que parecía haberse hecho para él, y como
tenía aquella presencia, nadie le veía con los Cristos
delante que no le juzgase por ahorcado. Iba con gran desenfado, mirando
a las ventanas y haciendo cortesías a los que dejaban sus oficios
por mirarle; hízose dos veces los bigotes; mandaba descansar
a los confesores y íbales alabando lo que decían bueno.
Llegó a la N de palo, puso el un
pie en la escalera, no subió a gatas ni despacio y viendo un
escalón hendido, volvióse a la justicia y dijo que mandase
aderezar aquel para otro, que no todos tenían su hígado.
No os sabré encarecer cuán bien pareció a todos.
Sentóse arriba, tiró las arrugas de la ropa atrás,
tomó la soga y púsola en la nuez. Y viendo que el teatino
le quería predicar, vuelto a él, le dijo: -«Padre,
yo lo doy por predicado; vaya un poco de Credo, y acabemos presto, que
no querría parecer prolijo».
Hízose así; encomendóme que le pusiese la caperuza
de lado y que le limpiase las barbas. Yo lo hice así. Cayó
sin encoger las piernas ni hacer gesto; quedó con una gravedad
que no había más que pedir. Hícele cuartos y dile
por sepultura los caminos. Dios sabe lo que a mí me pesa de verle
en ellos haciendo mesa franca a los grajos, pero yo entiendo que los
pasteleros de esta tierra nos consolarán, acomodándole
en los de a cuatro.
De vuestra madre, aunque está viva agora, casi os puedo decir
lo mismo, porque está presa en la Inquisición de Toledo,
porque desenterraba los muertos sin ser murmuradora.
Dícese que daba paz cada noche a un cabrón en el ojo que
no tiene niña. Halláronla en su casa más piernas,
brazos y cabezas que en una capilla de milagros. Y lo menos que hacía
era sobrevirgos y contrahacer doncellas. Dicen que representará
en un auto el día de la Trinidad, con cuatrocientos de
muerte. Pésame que nos deshonra
a todos, y a mí principalmente, que al fin soy ministro del Rey
y me están mal estos parentescos.
Hijo, aquí ha quedado no sé qué hacienda escondida
de vuestros padres; será en todo hasta cuatrocientos ducados.
Vuestro tío soy, y lo que tengo ha de ser para vos. Vista ésta,
os podéis venir aquí, que con lo
que vos sabéis de latín y retórica, seréis
singular en el arte de verdugo. Respondedme luego, y entre tanto,
Dios os guarde. Segovia, etc.».
No puedo negar que sentí mucho la nueva afrenta,
pero holguéme en parte (tanto pueden los vicios en los padres,
que consuela de sus desgracias, por grandes que sean, a los hijos).
Fuime corriendo a don Diego, que estaba leyendo la carta de su padre,
en que le mandaba que se fuese y que no me llevase en su compañía,
movido de las travesuras mías que había oído decir.
Díjome que se determinaba ir, y todo lo que le mandaba su padre,
que a él le pesaba de dejarme, y a mí más; díjome
que me acomodaría con otro caballero amigo suyo, para que le
sirviese. Yo, en esto, riéndome,
le dije:
-Señor, ya soy otro, y otros mis pensamientos;
más alto pico, y más autoridad me importa tener.
Porque, si hasta agora tenía como cada cual mi piedra en el rollo,
agora tengo mi padre.
[Declaréle] cómo había muerto tan honradamente
como el más estirado, cómo
le trincharon y le hicieron moneda, cómo
me había escrito mi señor tío, el verdugo, desto
y de la prisioncilla de mamá, que
a él, como a quien sabía quien yo soy, me pude descubrir
sin vergüenza. Lastimóse mucho y preguntóme que qué
pensaba hacer. Dile cuenta de mis determinaciones; y con tanto, al otro
día, él se fue a Segovia harto triste, y yo me quedé
en la casa disimulando mi desventura.
Quemé la carta porque, perdiéndoseme acaso, no la leyese
alguien, y comencé a disponer mi partida para Segovia, con fin
de cobrar mi hacienda y conocer mis parientes, para huir dellos.
Libro 2º, cap. III
De lo que hizo en Madrid y lo que le sucedió hasta llegar a Cercedilla, donde durmió
Al fin, ya eran las dos, y como era forzoso el caminar, salimos de Madrid.
Yo me despedí dél, aunque me pesaba, y comencé a caminar para el puerto.
Quiso Dios que, porque no fuese pensando en mal, me topase con un
soldado. Iba en cuerpo y en alma, el cuello
en el sombrero, los calzones vueltos, la camisa en la espada, la espada
al hombro, los zapatos en la faldriquera, alpargatas, y medias de lienzo,
sus frascos en la pretina y un poco de órgano en cajas de hoja
de lata para papeles. Luego trabamos plática:
Preguntóme que si venía de la Corte. Dije que de paso había estado en ella.
- No está para más -dijo luego-, que es pueblo para gente
ruin. Más quiero, ¡voto a Cristo!, estar en un sitio, la
nieve a la cinta, hecho un reloj, comiendo madera, que sufriendo las
supercherías que en la Corte se hacen a un hombre de bien.
Y en llegando a ese lugarcillo del diablo nos remiten a la sopa y al
coche de los pobres en San Felipe, donde cada día en corrillos
se hace Consejo de Estado y Guerra en pie y desabrigado; y en vida nos
hacen soldados en pena por los cimenterios; y si pedimos entretenimiento,
nos envían a la comedia; y si ventajas, a los jugadores. Y con
esto, comidos de piojos y güéspedas, nos volvemos en este
pelo a rogar a los moros y herejes con nuestros cuerpos.
A esto le dije yo que advirtiese que en la Corte había de todo y que estimaban mucho a cualquier hombre de suerte.
- ¡Qué estimaban! -dijo muy enojado- ¡Si he estado
yo ahí seis meses pretendiendo una bandera, tras veinte años
de servicios y haber perdido mi sangre en servicio del Rey, como lo
dicen estas heridas!
Y quiso desatacarse, y dije:
- Señor mío, desatacarse es más brindar a puto
que enseñar heridas.
Creo que pretendía introducir en picazos
algunas almorranas. Luego, en los
calcañares, me enseñó otras dos señales,
y dijo que eran balas, y yo saqué por
otras dos mías que tengo que habían
sido sabañones. Y las balas pocas veces se andan a roer
zancajos. Estaba derrengado de algún palo que le dieron porque
se dormía haciendo guarda y decía que era de un astillazo.
Quitóse el sombrero y mostróme el rostro; calzaba dieciséis
puntos de cara, que tantos tenía en una cuchillada que le partía
las narices. Tenía otros tres chirlos que se la volvían
mapa a puras líneas.
- Estas me dieron -dijo- defendiendo a París, en servicio de
Dios y del Rey, por quien veo trinchado mi gesto,
y no he recibido sino buenas palabras, que agora tienen lugar las malas
obras. Lea estos papeles -me dijo-, por vida del licenciado, que no
ha salido en campaña, ¡voto a Cristo!, hombre, ¡vive
Dios!, tan señalado.
Y decía verdad, porque lo estaba a puros golpes.
Libro 3º, Capítulo IX
En que se hace representante,
poeta y galán de monjas
Topé en un paraje
una compañía de farsantes
que iban a Toledo. Llevaban tres carros, y quiso Dios que entre los
compañeros iba uno que lo había sido mío del estudio
en Alcalá, y había renegado y metídose al oficio.
Díjele lo que me importaba ir allá y salir de la Corte;
y apenas el hombre me conocía con la cuchillada, y no hacía
sino santiguarse de mi per signum crucis. Al fin, me hizo amistad,
por mi dinero, de alcanzar de los demás lugar para que yo fuese
con ellos.
Íbamos barajados hombres y mujeres, y una entre ellas, la bailarina,
que también hacía las reinas y papeles graves en la comedia,
me pareció extremada sabandija. Acertó a estar su marido
a mi lado, y yo, sin pensar a quien hablaba, llevado del deseo de amor
y gozarla, díjele:
-A esta mujer ¿por qué orden la podremos hablar, para
gastar con su merced unos veinte escudos, que me ha parecido bien por
ser hermosa?
-No me está bien a mí el decirlo,
que soy su marido -dijo el hombre-, ni tratar de eso; pero sin
pasión, que no me mueve ninguna, se puede gastar con ella cualquier
dinero, porque tales carnes no tiene el suelo, ni tal juguetoncica.
Y diciendo esto, saltó del carro y fuese al otro, según
pareció, por darme lugar que la hablase.
Cayóme en gracia la respuesta del hombre, y eché de ver
que estos son de los que dijera algún bellaco que cumplen el
precepto de San Pablo de tener mujeres como si no las tuviesen, torciendo
la sentencia en malicia. Yo gocé de la ocasión, habléla,
y preguntóme que adónde iba y algo de mi vida. Al fin,
tras muchas palabras, dejamos concertadas para Toledo las obras. Íbamos
holgando por el camino mucho.
Yo, acaso, comencé a representar un pedazo de la comedia
de San Alejo, [de Juan López de Úbeda, 1579] que
me acordaba de cuando muchacho, y representélo de suerte que
les di codicia. Y sabiendo, por lo que yo le dije a mi amigo que iba
en la compañía, mis desgracias y descomodidades, díjome
que si quería entrar en la danza con ellos. Encareciéronme
tanto la vida de la farándula, y yo, que tenía
necesidad de arrimo y me había parecido bien la moza, concertéme
por dos años con el autor. Hícele
escritura de estar con él y diome mi ración y representaciones.
Y con tanto, llegamos a Toledo.
Diéronme que estudiar tres o cuatro loas
y papeles de barba, que los acomodaba bien con mi voz. Yo puse
cuidado en todo y eché la primera loa
en el lugar. Era de una nave, de lo que son todas, que venía
destrozada y sin provisión; decía lo de «este es
el puerto», llamaba a la gente «senado», pedía
perdón de las faltas y silencio, y entréme. Hubo un víctor
de rezado, y al fin parecí bien en el teatro.
Representamos una comedia de un representante
nuestro (que yo me admiré de que fuesen poetas, porque
pensaba que el serlo era de hombres muy doctos y sabios, y no de gente
tan sumamente lega). Y está ya de manera esto que no
hay autor que no escriba comedias, ni representante que no haga su farsa
de moros y cristianos; que me acuerdo yo antes,
que si no eran comedias del buen Lope de Vega, y [Alonso] Ramón,
no había otra cosa.
Al fin, hízose la comedia el primer día y no
la entendió nadie; al segundo, empezámosla y quiso
Dios que empezaba por una guerra, y salía yo armado y con rodela,
que, si no, a manos del mal membrillo, tronchos y badeas [sandías],
acabo. No se ha visto tal torbellino, y ello merecíalo
la comedia, porque traía un rey de Normandía sin
propósito, en hábito de ermitaño, y metía
dos lacayos por hacer reír, y al desatar
de la maraña no había más de casarse todos y allá
vas. Al fin, tuvimos nuestro merecido.
Tratamos todos muy mal al compañero poeta, y yo principalmente,
diciéndole que mirase de la que nos habíamos escapado
y escarmentase. Díjome que jurado a Dios, que no
era suyo nada de la comedia, sino que de un paso tomado de uno y otro
de otro, había hecho aquella capa de pobre, de remiendo,
y que el daño no había estado sino en lo mal zurcido.
Confesóme que los farsantes que hacían comedias todo les
obligaba a restitución, porque se aprovechaban de cuanto habían
representado, y que era muy fácil, y que el
interés de sacar trescientos o cuatrocientos reales [450€/
600€, más o menos] les ponía aquellos riesgos;
lo otro, que como andaban por esos lugares, les leían unos y
otros comedias: -«Tomámoslas para verlas, llevámonoslas
y con añadir una necedad y quitar una cosa bien dicha, decimos
que es nuestra». Y declaróme como no había habido
farsante jamás que supiese hacer una copla de otra manera. No
me pareció mal la traza, y yo confieso que me incliné
a ella, por hallarme con algún natural a la poesía; y
más, que tenía yo conocimiento con algunos poetas y había
leído a Garcilaso; y así, determiné de dar
en el arte. Y con esto y la farsanta y representar pasaba la vida. Que
pasado un mes que había que estábamos en Toledo, haciendo
comedias buenas y enmendando el yerro pasado, ya yo tenía nombre,
y habían llegado a llamarme Alonsete,
que yo había dicho llamarme Alonso, y por otro nombre me llamaban
el Cruel, por serlo una figura que había hecho con gran aceptación
de los mosqueteros y chusma vulgar. Tenía ya tres
pares de vestidos y autores que me pretendían sonsacar
de la compañía. Hablaba de entender
de la comedia, murmuraba de los famosos, reprehendía los
gestos a [Baltasar de] Pinedo [actor famoso], daba mi voto en el reposo
natural de [Hernán] Sánchez [de Vargas, autor de compañía],
llamaba bonico a Morales [hubo varios actores con ese apellido], pedíanme
el parecer en el adorno de los teatros y trazar las apariencias. Si
alguno venía a leer comedia yo era el que la oía.
Al fin, animado con este aplauso, me desvirgué de poeta en un
romancico y luego hice un entremés y no pareció mal. Atrevíme
a una comedia y porque no escapase de ser divina cosa la hice de Nuestra
Señora del Rosario. Comenzaba con chirimías, había
sus ánimas de purgatorio y sus demonios, que se usaban entonces,
con su «bu, bu» al salir, y «rri, rri» al entrar;
caíale muy en gracia al lugar el nombre de Satán en las
coplas y el tratar luego de si cayó del cielo y tal. En fin,
mi comedia se hizo y pareció muy bien.
No me daba manos a trabajar, porque acudían a mí enamorados,
unos por coplas de cejas y otros de ojos, cuál soneto de manos
y cuál romancico para cabellos. Para cada cosa tenía su
precio, aunque, como había otras tiendas, porque acudiesen a
la mía, hacía barato. ¿Pues villancicos? Hervía
en sacristanes y demandaderas de monjas;
ciegos me sustentaban a pura oración,
ocho reales de cada una [12 €]; y
me acuerdo que hice entonces la del Justo Juez, grave y sonorosa, que
provocaba a gestos. Escribí para un ciego, que las sacó
en su nombre, las famosas que empiezan:
Madre del Verbo
humanal,
Hija del Padre divino,
dame gracia virginal, etc
Fui el primero que
introdujo acabar las coplas como los sermones, con «aquí
gracia y después gloria», en esta copla de un cautivo de
Tetuán:
Pidámosle
sin falacia
al alto Rey sin escoria,
pues ve nuestra pertinacia,
que nos quiera dar su gracia,
y después allá la gloria. Amén
Estaba viento en popa
con estas cosas, rico y próspero,
y tal, que casi aspiraba ya a ser autor.
Tenía mi casa muy bien aderezada, porque había dado para
tener tapicería barata en un arbitrio del diablo, y fue de comprar
reposteros de tabernas, y colgarlos. Costáronme veinte y cinco
o treinta reales [50 €] y eran más
para ver que cuantos tiene el Rey, pues por estos se veía de
puro rotos y por esotros no se verá nada.
Libro 3º, Capítulo X
De lo que le sucedió en Sevilla hasta embarcarse a Indias
Fuime luego a apear al mesón del Moro, donde me topó
un condicípulo mío de Alcalá, que se llamaba Mata,
y agora se decía, por parecerle nombre de poco ruido, Matorral.
Trataba en vidas y era tendero de cuchilladas,
y no le iba mal. Traía la muestra dellas en su cara, y por las
que le habían dado concertaba tamaño y hondura de las
que había de dar. Decía:
- No hay tal maestro como el bienacuchillado.
Y tenía razón, porque la cara era una cuera y él
un cuero. Díjome que me había de ir a cenar con él
y otros camaradas, y que ellos me volverían al mesón.
Fui, llegamos a su posada, y dijo:
- Ea, quite la capa vucé, y parezca hombre, que verá esta
noche todos los buenos hijos de Jevilla. Y porque no lo tengan por maricón,
alhaje ese cuello y agobie de espaldas; la capa caída, que siempre
nosotros andamos de capa caída, y ese hocico de tornillo; gestos
a un lado y a otro; y haga vucé, cuando hablare, de las j,
h, y de las h, j. Diga conmigo: jerida,
mojino, jumo, pahería, mohar, habalí, y harro de vino».
Tomélo de memoria. Prestóme una daga, que en lo ancho
era alfanje, y en lo largo, de comedimiento suyo no se llamaba espada,
que bien podía.[...]
Con esto, salimos de casa a montería de corchetes.
Yo, como iba entregado al vino y había renunciado en su poder
mis sentidos, no advertí al riesgo que me ponía. Llegamos
a la calle de la Mar, donde encaró con nosotros la ronda. No
bien la columbraron, cuando, sacando las espadas, la embistieron; yo
hice lo mismo, y limpiamos dos cuerpos de corchetes
de sus malditas ánimas, al primer encuentro. El alguacil
puso la justicia en sus pies, y apeló por la calle arriba dando
voces. No lo pudimos seguir, por haber cargado delantero. Y, al fin,
nos acogimos a la Iglesia Mayor, donde nos amparamos del rigor de la
justicia, y dormimos lo necesario para espumar el vino que hervía
en los cascos. Y vueltos ya en nuestro acuerdo, me espantaba yo de ver
que hubiese perdido la justicia dos corchetes, y huido el alguacil de
un racimo de uvas, que entonces lo éramos nosotros.
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Itinerario de Pablos (según Pedro
Jesús Isado Jiménez)
En el siguiente enlace está el
estudio al que pertenece el gráfico:
http://biblioteca2.uclm.es/biblioteca/ceclm/libros/camineria/c1/0166.htm
Para terminar, puedes
ver el juego que la Real Academia ha montado sobre El Buscón
y divertirte un rato, al mismo tiempo que compruebas tu nivel de
corrección lingüística:
https://twitter.com/enclaveRAE/status/1091380905317421058
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