Literatura Española del Siglo XVII

ROMANCES DE GÓNGORA

3.3.2.- Entre los sueltos caballos (1585)

Durero

Entre los sueltos caballos
de los vencidos Cenetes,
que por el campo buscaban
entre la sangre lo verde,
aquel español de Orán
un suelto caballo prende,
por sus relinchos lozano,
y por sus cernejas fuerte,
para que le lleve a él,
y a un moro cautivo lleve,
un moro que ha cautivado,
capitán de cien jinetes.
En el ligero caballo
suben ambos, y él parece,
de cuatro espuelas herido,
que cuatro alas le mueven.

Triste camina el alarbe,
y lo más bajo que puede
ardientes suspiros lanza
y amargas lágrimas vierte.

Admirado el español
de ver cada vez que vuelve
que tan tiernamente llore
quien tan duramente hiere,

con razones le pregunta,
comedidas y corteses,
de sus suspiros la causa,
si la causa lo consiente.
El cautivo, como tal,
sin excusas le obedece,
y a su piadosa demanda
satisface desta suerte:
«Valiente eres, capitán,
y cortés como valiente:
por tu espada y por tu trato
me has cautivado dos veces.
Preguntado me has la causa
de mis suspiros ardientes,
y débote la respuesta
por quien soy y por quien eres.
En los Gelves nací, el año
que os perdistes en los Gelves,
de una berberisca noble
y de un turco matasiete.
En Tremecén me crié
con mi madre y mis parientes
después que perdí a mi padre,
corsario
de tres bajeles.
Junto a mi casa vivía,
porque más cerca muriese,
una dama del linaje
de los nobles Melioneses,
extremo de las hermosas,
cuando no de las crueles,
hija al fin de estas arenas,
engendradoras de sierpes.

Cada vez que la miraba
salía un sol por su frente,
de tantos rayos ceñido
cuantos cabellos contiene.
Juntos así nos criamos,
y Amor en nuestras niñeces
hirió nuestros corazones
con arpones diferentes.
Labró el oro en mis entrañas
dulces lazos, tiernas redes,
mientras el plomo en las suyas
libertades y desdenes.
Apenas vide trocada
la dureza de esta sierpe,
cuando tú me cautivaste:
¡Mira si es bien que lamente!
Esta es la causa, español,
que a llanto pudo moverme;
mira si es razón que llore
tantos males juntamente.»
Conmovido el capitán
de las lágrimas que vierte,
parando el veloz caballo,
parar sus males promete.
«Gallardo moro, le dice,
si adoras como refieres,
y si como dices amas,
dichosamente padeces.
¿Quién pudiera imaginar,
viendo tus golpes crueles,
cupiera un alma tan tierna
en pecho tan duro y fuerte?
Si eres del Amor cautivo,
desde aquí puedes volverte,
que me pedirán por voto
lo que entendí que era suerte.
Y no quiero por rescate
que tu dama me presente
ni las alfombras más finas
ni las granas más alegres.
Anda con Dios, sufre y ama,
y vivirás, si lo hicieres,
con tal que cuando la veas
hayas de volver a verme.
»
Apeóse del caballo,
y el moro tras él desciende,
y por el suelo postrado
la boca a sus pies ofrece.
«Vivas mil años, le dice,
noble capitán valiente,
pues ganas más con librarme
que ganaste con prenderme.
Alah se quede contigo,
y te dé victoria siempre

para que extiendas tu fama
con hechos tan excelentes».

[FINAL TRUNCADO]

En un pastoral albergue (Angélica y Medoro) (1602)

Giovanni Lanfranco: Angélica, cuida a Medoro (h. 1647)

En un pastoral albergue
que la guerra entre unos robles
lo dejó por escondido
o lo perdonó por pobre,

do la paz viste pellico
y conduce entre pastores
ovejas del monte al llano
y cabras del llano al monte,

mal herido y bien curado,
se alberga un dichoso joven,
que sin clavarle Amor flecha
le coronó de favores.

Las venas con poca sangre,
los ojos con mucha noche,

lo halló en el campo aquella
vida y muerte de los hombres.

Del palafrén se derriba,
no porque al moro conoce,
sino por ver que la yerba
tanta sangre paga en flores.

Límpiale el rostro, y la mano
siente al Amor que se esconde
tras las rosas, que la muerte
va violando sus colores.

Escondióse tras las rosas,
porque labren sus arpones
el diamante del Catay
con aquella sangre noble.

Ya le regala los ojos,
ya le entra, sin ver por dónde,
una piedad mal nacida
entre dulces escorpiones.

Ya es herido el pedernal,
ya despide el primer golpe
centellas de agua, ¡oh piedad,
hija de padres traidores!

Yerbas le aplica a sus llagas,
que si no sanan entonces,
en virtud de tales manos
lisonjean los dolores.

Amor le ofrece su venda,
mas ella sus velos rompe

para ligar sus heridas;
los rayos del sol perdonen.

Los últimos nudos daba
cuando el cielo la socorre
de un villano en una yegua
que iba penetrando el bosque.

Enfrénanle de la bella
las tristes piadosas voces,
que los firmes troncos mueven
y las sordas piedras oyen;

y la que mejor se halla
en las selvas que en la corte,
simple bondad, al pío ruego
cortésmente corresponde.

Humilde se apea el villano,
y sobre la yegua pone
un cuerpo con poca sangre,
pero con dos corazones.

A su cabaña los guía;
que el sol deja su horizonte
y el humo de su cabaña
le va sirviendo de norte.

Llegaron temprano a ella,
do una labradora acoge
un mal vivo con dos almas,
una ciega con dos soles.

 


Blando heno en vez de pluma
para lecho les compone,
que será tálamo luego
do el garzón sus dichas logre.

Las manos, pues, cuyos dedos
desta vida fueron dioses,
restituyen a Medoro
salud nueva, fuerzas dobles,

y le entregan, cuando menos,
su beldad y un reino en dote,
segunda envidia de Marte,
primera dicha de Adonis.

Corona un lascivo enjambre
de cupidillos menores
la choza, bien como abejas
hueco tronco de alcornoque.

¡Qué de nudos le está dando
a un áspid la envidia torpe,
contando de las palomas
los arrullos gemidores!

¡Qué bien la destierra Amor,
haciendo la cuerda azote,
porque el caso no se infame
y el lugar no se inficione!

Todo es gala el africano,
su vestido espira olores,
el lunado arco suspende
y el corvo alfanje depone.

Tórtolas enamoradas
son sus roncos atambores,
y los volantes de Venus
sus bien seguidos pendones.

Desnuda el pecho anda ella,
vuela el cabello sin orden;
si lo abrocha, es con claveles,
con jazmines si lo coge.

El pie calza en lazos de oro,
porque la nieve se goce,
y no se vaya por pies
la hermosura del orbe.

Todo sirve a los amantes,
plumas les baten veloces,
airecillos lisonjeros,
si no son murmuradores.

Los campos les dan alfombras,
los árboles pabellones,
la apacible fuente sueño,
música los ruiseñores.

Los troncos les dan cortezas,
en que se guarden sus nombres
mejor que en tablas de mármol
o que en láminas de bronce.

No hay verde fresno sin letra,
ni blanco chopo sin mote;
si un valle Angélica suena,
otro Angélica responde.

Cuevas do el silencio apenas
deja que sombras las moren,
profanan con sus abrazos
a pesar de sus horrores.

Choza, pues, tálamo y lecho,
cortesanos labradores,
aires, campos, fuentes, vegas,
cuevas, troncos, aves, flores,

fresnos, chopos, montes, valles,
contestes destos amores,
el cielo os guarde, si puede,
de las locuras del Conde.