POLIFEMO ENAMORADO
OVIDIO (43 a.C.-17 d.C).-
METAMORFOSIS
Libro XIII
Dejando Galatea a Escila que le peine el cabello,
le habla en los siguientes términos, al tiempo que suspira de
lo hondo:
“Al menos a ti, muchacha, te desea una clase no desagradable de
hombres, y puedes, como lo haces, rechazarlos impunemente. En cambio
a mí, que tengo por padre a Nereo, y a quien dio a luz la azul
Doris, y que estoy protegida además por la multitud de mis hermanas,
no me fue posible escapar, más que a costa de un duelo, del amor
del Cíclope”, y las lágrimas le impidieron seguir
hablando. Cuando la joven se las enjugó con su pulgar como el
mármol y consoló a la diosa, “cuéntamelo,
queridísima”, le dijo, “y no me ocultes el motivo
de tu pena, pues te soy leal”. La Nereida por su parte respondió
así a la hija de Crateida:
“Fruto de Fauno y de la ninfa Simétide fue Acis,
gozo inmenso de su padre y de su madre, pero mayor aún para mí,
pues sólo a mí se unió él. Hermoso, y con
su octavo cumpleaños por segunda vez celebrado, llevaba las tiernas
mejillas marcadas por un tenue bozo: a él buscaba yo y a mí
el Cíclope, sin punto de reposo. Mira, si me preguntas qué
era en mí más apasionado, si el odio al Cíclope
o el amor a Acis, te lo diré: ambos eran iguales. ¡Oh,
cuan grande es el poder de tu reino, Venus bienhechora! Porque aquel
ser bestial, espantable hasta para las mismas selvas, a quien ningún
extraño pudo ver impunemente y despreciador del gran Olimpo,
y con él de sus dioses, supo lo que es el amor, y presa de violenta
pasión arde en ella, olvidado de sus ganados y de sus cuevas.
Y ya te preocupas de tu figura, y ya tratas de agradar, ya peinas
con un rastrillo, Polifemo, tus
cabellos tiesos, ya te place recortarte
con una hoz la erizada barba,
y contemplar en el agua tu rostro feroz
y acicalarlo; cesan tu afición a la matanza,
tu salvajismo y tu sed infinita de sangre, y llegan ya y se marchan
sin peligro los bajeles. Durante esa época arribó Télemo
al siciliano Etna, Télemo el Eurímida,
a quien ningún ave de agüero hizo engañarse nunca,
y dirigiéndose al terrible Polifemo le dijo: ‘el ojo único
que llevas en medio de la frente, te lo arrebatará Ulises’.
Se echó a reír y habló así: ‘Oh el
más necio de los adivinos, te engañas; otra me lo ha arrebatado
ya’. Así desdeña él vanamente a quien le
anuncia la verdad, y, o bien camina por la playa, que hace trepidar
bajo sus pasos de gigante, o bien cansado vuelve a sus cuevas
tenebrosas.
Se alarga hacia el mar un risco en forma de cuña de prolongada
punta, cuyos flancos están bañados por las marinas ondas
que los circundan. A él subió el salvaje Cíclope
y se sentó en medio; sus lanudas reses le seguían sin
que nadie las guiase. Después de poner ante sus pies el pino
que le servía de cayado, propio para servir de soporte a veleras
antenas, y de echar mano a una zampoña
formada de cien cañas ensambladas, todos los confines
de los montes percibieron sus pastoriles silbidos, y las ondas los percibieron.
Escondida yo bajo una roca y descansando en los brazos de mi Acis, con
mis oídos recogí a lo lejos las siguientes frases, palabras
que oí y he retenido:
‘Oh, Galatea, más
blanca que las hojas de la nevada alheña, más
florida que los prados, más espigada
que el estirado sauce, más brillante
que el cristal, más juguetona que
el cabrito, más pulida que las conchas
que el agua continua desgasta, más
agradable que los soles del invierno, que la sombra del verano, más
noble que las manzanas, más distinguida
que el plátano alto, más
resplandeciente que el hielo, más
dulce que la uva madura, más blanda
que las plumas del cisne y la leche cuajada, y sí no me huyeras,
más hermosa que un jardín
regado. Y al mismo tiempo, Galatea, más
cruel que los novillos sin doma, más
dura que una encina añosa, más
falsa que el agua, más escurridiza
que las ramas del sauce y las vides blancas, más
inconmovible que estos peñascos, más
impetuosa que los ríos, más
orgullosa que el alabado pavo real, más
cruel que el fuego, más erizada
que las espinas, más salvaje que
la osa preñada, más sorda
que los mares, más furiosa que una
serpiente a la que se ha pisado, y, lo que principalmente quisiera poderte
quitar, más huidiza no ya que el
ciervo agitado por claros ladridos sino incluso que los vientos y la
brisa veloz. (Aunque si me conocieras bien, sentirías haber huido
de mí, censurarías tú misma tu propia tardanza
y te esforzarías por retenerme): poseo
una cueva, parte de una montaña, suspendida en la roca
viva, en la cual ni se nota el sol en pleno verano ni se nota el invierno;
poseo frutas que cargan sus ramas; poseo
uvas semejantes al oro en prolongadas viñas,
y también otras de color purpúreo: para ti las reservo,
unas y otras. Tú misma con tus manos cogerás blandas fresas
brotadas en las sombras del bosque, tú misma cerezas
silvestres de otoño, y ciruelas,
no sólo las que por su negro jugo presentan un tono cárdeno,
sino también las de clase superior, y que semejan cera reciente.
Siendo yo tu esposo no te faltarán ni castañas
ni frutos del madroño: todos los
árboles estarán a tu servicio. Este ganado
es todo mío; y muchas son las cabras
que andan por los valles, muchas las que oculta la selva, muchas las
que se recogen en las cuevas; y no podría yo, si acaso me lo
preguntaras, decirte cuántas hay; propio de pobres es contar
el ganado. En cuanto a la prosperidad de estas reses, no te fíes
de mí; tú misma puedes ver, delante de ti, cómo
apenas pueden abarcar entre las patas las hinchadas ubres. Hay también
un producto menor, corderos en tibios apriscos,
y luego, de la misma edad, cabritos en
otros apriscos. Siempre dispongo de leche
como la nieve; de ella conservo una parte para beber, y el resto lo
solidifica el líquido cuajo. Y no dispondrás sólo
de placeres ordinarios y obsequios vulgares, como gamos,
liebres y cabras, o un par de palomas,
o un nido arrancado de la copa de un árbol.
Descubrí dos cachorros gemelos de
una peluda osa, que podrían jugar contigo, y tan parecidos que
difícilmente se los distinguiría. Los descubrí
y dije: ‘ésos los guardaré para mi dueña’.
Y ahora, saca ya del mar azul tu espléndida cabeza, ven ya, Galatea,
y no desdeñes mis obsequios. Porque yo
me conozco bien, y hace poco
me he visto reflejado en las límpidas
aguas, y al verme me ha gustado mi propia imagen.
Contempla lo corpulento que soy; no es
mayor que mi cuerpo Júpiter en el cielo (puesto que soléis
hablar de que reina un tal Júpiter); una cabellera
abundantísima se derrama sobre mi fiero
semblante y sombrea como un bosque
mis hombros. Y no estimes feo el que mi
cuerpo esté erizado de una apretada espesura de rígidas
cerdas: feo es un árbol sin hojas, feo un caballo si la crin
no cubre su blanda cerviz; el plumaje protege a las aves, y a las ovejas
las hermosea su lana; a los hombres les cuadra la barba y las cerdas
hirsutas. Un solo ojo tengo en mitad de
la frente, pero semejante a un inmenso escudo.
¿Y qué? ¿No lo ve todo desde el cielo el gran
sol? Sin embargo el Sol no tiene sino un disco. Añade
que en vuestro ponto es rey mi padre; a
él te doy por suegro. Sólo te pido que te apiades de mí,
que escuches mis humildes súplicas; porque sólo
a ti me rindo yo; y yo, que desprecio a Júpiter y al cielo
y al rayo destructor, a ti te venero, Nereida; tu cólera es más
temible que el rayo. Y además, para mí sería más
tolerable este desdén tuyo, si fueras esquiva para todos; mas
¿por qué, rechazando al Cíclope, amas
a Acis y a mis abrazos juzgas preferible a Acis? Pero está
bien: que ése se agrade a sí mismo y te agrade, mal que
me pese, a ti, Galatea; con sólo que se me ofrezca ocasión,
ya se dará cuenta de que mis fuerzas están en proporción
con mi enorme cuerpo; he de arrancarle vivas las
entrañas, y he de cortar y esparcir sus miembros por los
campos y por tus ondas (¡que sea así como a ti se una!).
Porque estoy ardiendo, y el fuego, agitado, se desborda con más
violencia, y me parece que se ha trasladado y llevo en mi corazón
el Etna con sus fuegos; y tú, Galatea, no te conmueves’.
Después de haber manifestado tales quejas en vano (porque yo
lo veía todo), se levanta y, como un toro enfurecido a quien
han arrebatado la vaca, no puede permanecer inmóvil y vaga por
la selva y por los riscos familiares, hasta que el
monstruo, de improviso y cuando nada temíamos, nos ve
a mí y a Acis, y grita:
‘Os he visto y os aseguro que éste va a ser vuestro último
encuentro de amor’. Y era su voz todo lo imponente que había
de ser la de un Cíclope irritado; con aquel alarido se estremeció
el Etna. Yo entonces, aterrorizada, me sumergí en el mar inmediato.
El héroe del Simeto había vuelto la espalda y dádose
a la fuga, diciendo: ‘Socórreme, Galatea, por favor: socorredme,
padres, y acoged en vuestro reino a quien está a punto de perecer’.
Le sigue el Cíclope y le arroja un trozo que arranca del monte
y, aunque sólo le alcanza la punta misma del peñasco,
da con Acis entero por suelo. Entonces yo (lo único que el destino
me permitía hacer) conseguí que Acis recuperara las fuerzas
de sus antepasados. De la mole manaba sangre color de púrpura
y en un breve espacio de tiempo comenzó a perder su rojez; toma
el color de un río enturbiado por las primeras lluvias, y poco
a poco se torna claro. Luego la mole quebrada se entreabre y por sus
grietas aparecen cañas lozanas y la cóncava abertura de
la roca resuena con aguas saltarinas. De pronto, ¡oh prodigio!,
surge hasta la cintura un joven ceñido
de juncos entrelazados en sus nacientes cuernos. De no ser porque era
más grande y su cara de un color azul de mar, aquel joven era
Acis. Pero así y todo era Acis convertido en río,
y sus aguas conservaron su antiguo nombre”.
Había acabado de hablar Galatea, y, disuelta la reunión,
se retiran las Nereidas y nadan en las ondas apacibles.
Puedes comparar este
final de Ovidio con el final de la Égloga III de Garcilaso.
Siendo a las ninfas
ya el rumor vecino,
juntas se arrojan por el agua a nado;
y de la blanca espuma que movieron,
las cristalinas ondas se cubrieron.
Aquí tienes
un enlace donde puedes leer el episodio en forma bilingüe (pág
271 y ss)
http://webs.hesperides.es/Ovidio_files/Ovidio-Metamorfosis-bilingue.pdf
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