Literatura Española del Siglo XVII

POLIFEMO FEROZ

Homero: La Odisea, Canto IX

Relatos ante Alcino.
El Cíclope.

Entonces el ingenioso Ulises le respondió [a Alcino] con las siguientes palabras:

—Poderoso Alcino, y el más ilustre entre todos los pueblos, cuán dulce es oír a semejante cantor [Demódoco], que por el encanto de su voz es igual a los dioses. No, sin duda, creo que no es posible proponerse un fin más agradable que el de ver reinar la alegría en todo un pueblo, ver a estos invitados escuchando a un cantor en el palacio, sentados todos alrededor de mesas cargadas de panes y manjares, mientras que el copero saca el vino de las jarras y lo trae para llenar las copas; esto es lo que en mi alma me parece lo más hermoso. Pero, puesto que es tu deseo enterarte de mis lamentables infortunios, es preciso que suspire otra vez derramando lágrimas. ¿Por dónde comenzar y cómo terminar este relato? Los dioses del cielo me han abrumado con muchos dolores. Ahora, pues, te diré mi nombre, para que lo sepas; porque si evito el día funesto, quiero ser tu huésped, aun cuando viva en moradas lejanas. Yo soy el hijo de Laertes, Ulises, que con mis estratagemas me he dado a conocer a todos los hombres y cuya gloria ha subido hasta los cielos. Habito en la occidental isla de Itaca [...]

[...]Entre tanto, descubrimos a poca distancia el humo que se elevaba en el país de los Cíclopes, y oímos sus voces mezcladas a los balidos de las cabras y de las ovejas[...]


[...]"Pronto llegamos a su antro [de Polifemo]; no le encontramos allí, había llevado sus pingües rebaños a los lugares de pasto. Entonces, penetrando en la caverna, admiramos cada cosa: las cestas de junco estaban repletas de quesos, los cabritos y los corderos llenaban el redil, pero estaban separados en distintos recintos; primero aquellos que nacieron primeramente, después los menos grandes, finalmente aquellos que acababan de nacer; todas las vasijas, aquellas que contenían el suero de la leche, los tarros y los cuencos en los que el Cíclope ordeñaba sus rebaños, estaban puestos en orden. Mis compañeros me rogaban que cogiera algunos quesos y volviera a la nave; me exhortaban a que nos llevásemos prestamente cabras, ovejas y las condujésemos a la nave y cruzásemos la onda amarga; pero yo no me dejé persuadir (sin embargo, era la decisión más prudente), porque quería ver al Cíclope, y saber si me concedería los dones de la hospitalidad; pero su presencia no había de resultar afortunada para mis compañeros.

"Habiendo encendido el fuego, hacemos los sacrificios, después, habiendo tomado algunos quesos, los comemos; y permaneciendo sentados en el interior de la caverna, aguardamos el momento en que el Cíclope regresó del campo. Llevaba un enorme haz de leña seca para preparar su comida. Lo arroja fuera de la caverna, y su caída produjo un gran ruido; asustados, huimos hasta el fondo del antro. Entonces hace entrar en esta espaciosa gruta sus rebaños, todos aquellos, por lo menos, que él quería ordeñar, y deja los machos junto a la entrada, los machos cabríos y los carneros permanecen fuera del espacioso patio. Luego, para cerrar su morada levanta una enorme roca: veintidós fuertes carros de cuatro ruedas no habrían podido arrancarla del suelo, tan grande era aquella piedra que él coloca a la entrada del patio. Habiéndose sentado, ordeña con el mayor cuidado sus ovejas, sus cabras baladoras, y en seguida devuelve los corderos a sus madres. Luego, dejando coagular la mitad de aquella leche, la deposita en unas cestas trenzadas con esmero, y pone la otra mitad en unas vasijas para calmar la sed y para que constituya su cena. Después de poner fin apresuradamente a todos estos preparativos, enciende el fuego, advierte nuestra presencia y nos dice:

"—Extranjeros, ¿quiénes sois? ¿De dónde venís a través de las llanuras húmedas? ¿Es por vuestro negocio o acaso sin intención alguna vais errantes como los piratas que recorren los mares exponiendo su vida y llevando la asolación a los extranjeros?

"Dice, y nosotros sentimos rompérsenos el corazón, nos estremecemos al oír esa voz formidable y ante la vista de aquel horrible coloso. Yo, sin embargo, le respondo las siguientes palabras:

"—Somos unos griegos que, desde que partimos de Ilion, arrastrados por los vientos contrarios, hemos recorrido la vasta extensión del mar, y aunque deseosos de volver a nuestra patria, llegamos aquí, desviados de nuestra ruta, y siguiendo otros senderos; así lo ha querido Zeus. Nosotros nos jactamos de ser los soldados de Agamenón, hijo de Atreo, cuya gloria es hoy inmensa bajo la bóveda de los cielos, tan grande es la ciudad que ha derribado y numerosos los pueblos que ha vencido; nosotros, entre tanto, venimos a abrazar tus rodillas, para que nos concedas el don de la hospitalidad, por lo menos que nos concedas algunas subsistencias, como es justo ofrecer a los extranjeros. Poderoso héroe, respeta a los dioses; nosotros somos tus suplicantes. Zeus hospitalario es el vengador de los suplicantes y de los huéspedes; acompaña a los extranjeros que son dignos de respeto.

"Tales fueron mis palabras; pero él, sin piedad, me responde inmediatamente:

"—Extranjero, tú pierdes la razón, o acaso vienes de lejos, tú que me ordenas temer y respetar a los dioses. Los Cíclopes no se preocupan de Zeus ni de los inmortales; somos más poderosos que los dioses bienaventurados. Para evitar la ira de Zeus no pienso perdonar ni a ti ni a tus compañeros, si tal no es mi deseo. Pero dime ahora dónde dejas tu nave; enséñame si está en el extremo de la isla o cerca de aquí, para que yo lo sepa.

"Así hablaba, para probarme; pero yo no olvidé mis numerosos ardides, y le respondí a mi vez con estas palabras engañosas:

"—El poderoso Posidón ha roto mi nave, arrojándola contra un peñasco en el momento en que yo iba a tocar el promontorio que se eleva sobre los bordes de tu isla, y el viento, sobre las olas, ha dispersado los restos; solamente yo con mis compañeros hemos podido evitar el perecer.

"Así hablaba yo; el cruel no responde nada a estas razones, pero, adelantándose, lleva sus manos hacia mis compañeros, coge dos de ellos y los aplasta contra una piedra como jóvenes cervatillos; sus sesos corren por el suelo, inundándolo. Entonces, rompiendo los miembros palpitantes, prepara su comida, y come, semejante al león de las montañas, sin dejar vestigios ni de la carne, ni de las entrañas, ni de los huesos llenos de tuétano. A la vista de estas horribles maldades, elevamos llorando las manos hacia Zeus, y la desesperación se apodera de nuestra alma. Cuando el Cíclope ha llenado su vasto cuerpo, devorando la carne humana, bebe una leche pura, y se acuesta en la caverna, tendido en medio de sus rebaños. Yo, sin embargo, quería en mi corazón magnánimo, acercándome a ese monstruo, y sacando la espada que llevaba a mi lado, herirle en el pecho, en el lugar en que los músculos sostienen el hígado, y abatirlo con mi propia mano; pero otro pensamiento me contuvo. Moriríamos allí dentro de muerte horrible; porque con nuestros brazos no podíamos levantar la enorme piedra que él había lanzado delante de la puerta. Aguardamos, pues, suspirando, el regreso de la divina Aurora.

“Al día siguiente, a los primeros rayos del día, el Cíclope enciende el fuego, ordeña sus soberbios rebaños, lo dispone todo con orden, y en seguida devuelve los corderos a sus madres. Después de terminar apresuradamente estos preparativos, cogiendo de nuevo a dos de mis compañeros, hace con ellos su comida. Terminada esta comida, el monstruo hace salir del antro sus pingües ovejas, levantando sin esfuerzo la puerta inmensa; luego vuelve a colocarla en su sitio, como habría colocado la tapa de un carcaj. Entonces el Cíclope, al son de un prolongado silbido, conduce sus gordas ovejas a la montaña. Yo, entretanto me había quedado meditando terribles proyectos, para vengarme, si Atenea quería concederme tal gloria. He aquí el partido que en mi alma se me antojó el mejor. El Cíclope, en el fondo del establo había colocado la enorme rama de un verde olivo, que había cortado para servirse de ella cuando estuviera seca; nosotros la comparábamos al mástil de una grande y pesada nave de veinte remos que un día ha de surcar las vastas ondas; tales nos parecieron su anchura y su altura. Corto unos tres codos, luego doy esta rama a mis compañeros, ordenándoles que reduzcan su grosor; ellos la trabajan y la vuelven muy unida; yo aguzo en seguida la punta, y para endurecerla la paso por la chispeante llama. Entonces la deposito con cuidado y la escondo bajo un gran montón de estiércol que había en el aprisco. A continuación ordeno a mis compañeros que elijan echando suertes a aquellos de entre ellos que hayan de atreverse conmigo a hundir esta estaca en el ojo del Cíclope cuando se disponga a disfrutar del dulce sueño. Los cuatro designados por la suerte, habría querido escogerlos yo mismo; yo hacía el número quinto con ellos. Al atardecer, regresa conduciendo sus ovejas de blando vellocino; empuja hacia el interior sus pingües rebaños; entran todos, y el Cíclope no deja a ninguno fuera del patio, ya sea que él mismo hubiera concebido tal proyecto, ya sea que un dios lo hubiera querido así. Luego, levantándola, vuelve a colocar la puerta inmensa, y habiéndose sentado, ordeña sus ovejas, sus cabras baladoras, lo dispone todo con orden, y a continuación devuelve los corderos a sus madres. Después de haber terminado apresuradamente estos preparativos, cogiendo de nuevo a dos de mis compañeros, hace de ellos su comida. En este momento yo me le acerco, teniendo en mis manos una escudilla de hiedra llena de un vino delicioso, y le digo:

"—Cíclope, toma, bebe de este vino, después de comer carne humana; para que sepas cuál es la bebida que yo tenía escondida en mi nave, te la traigo como una libación, en la esperanza de que, apiadándote de mí, me permitirás que regrese a mi patria; tu furor no tiene medida, ¡insensato! ¿Quién, en lo sucesivo, querrá venir a estos lugares? Estás obrando contra toda justicia.

"Así hablaba yo, y él coge la copa y bebe; experimenta un intenso placer al saborear tan dulce brebaje, y me pide que le dé otra vez:

"—Dame más, y ahora, dime en seguida cómo te llamas, para que yo te dé un presente de hospitalidad que pueda alegrarte. La tierra fecunda les produce a los Cíclopes la vid y sus bellos racimos que para ellos hace crecer la lluvia de Zeus; pero esta bebida es una emanación del néctar y de la ambrosía.

"Dijo, y en seguida yo le doy otra vez del licor resplandeciente; tres veces se lo doy al Cíclope y tres veces bebe él sin medida. Y tan pronto como el vino se ha adueñado de su espíritu, yo le digo estas dulces palabras:

"—Cíclope, tú me preguntas mi nombre: voy a decírtelo; pero tú, concédeme el presente de la hospitalidad, tal como me habías prometido. Mi nombre es Nadie; Nadie es como me llaman mi padre, mi madre y todos mis compañeros.

"Tales fueron mis palabras, pero él me responde con la misma ferocidad:

"—Nadie, yo te comeré a ti el último, después de tus compañeros; los otros perecerán antes que tú; tal será para ti el presente de hospitalidad.

"Así hablando, el Cíclope cae tendido de espaldas; su enorme cuerpo queda inclinado sobre sus hombros; y el sueño, que doma todo lo que respira, se apodera de él; de su boca se escapan el vino y los jirones de carne humana, los arroja en su pesada embriaguez. Entonces introduzco la estaca bajo una abundante ceniza, para que se ponga ardiente; y con mis palabras animo a mis compañeros, para que, asustados, no me abandonen. Tan pronto como la rama de olivo se ha calentado lo suficiente, según yo calculo, y aunque verde, cuando brilla ya con una intensa llama, la retiro del fuego, y mis compañeros permanecen a mi alrededor; sin duda un dios me inspiró esta audacia. Ellos, entre tanto, cogiendo aquella rama de olivo afilada, la hunden en el ojo del Cíclope; y yo, apoyándome encima, la hacía girar. Así, cuando un hombre agujerea con un taladro la tabla de una nave, debajo de él, otros obreros, tirando una correa por los dos lados, precipitan el movimiento, y el instrumento gira sin cesar; de la misma manera nosotros hacemos girar la ardiente rama en el ojo del Cíclope, y la sangre corre alrededor de esta estaca. Un ardiente vapor devora las pestañas y los párpados, la pupila está completamente consumida; sus raíces chillan, desgarradas por la llama. Al igual que un herrero, templando el hierro, ya que en ello reside su fuerza, sumerge en el agua helada una fuerte hacha, o bien una doladera, se estremece con gran ruido; de la misma manera silba su ojo atravesado por la rama de olivo. El Cíclope profiere entonces espantosos alaridos; todo el peñasco resuena; nosotros huimos temblando de miedo. Arranca de su ojo aquel madero que gotea sangre; en seguida, con la mano lo arroja lejos de sí. Entre tanto, llama a grandes gritos a las otros Cíclopes, que habitan en grutas en las cumbres expuestas al viento. Ellos, al oír estos gritos, acuden de todas partes, y colocándose junto a la entrada de la gruta, le preguntan qué es lo que le aflige:

"—¿Por qué, Polifemo, profieres tan tristes clamores durante la noche y nos arrancas del sueño? ¿Alguien, entre los mortales, te habrá robado tus rebaños? ¿Alguien te habrá dominado por la astucia o por la violencia?

"Polifemo, desde el fondo de su antro, responde con estas palabras:

"—Amigos míos, Nadie me ha dominado por la astucia y no por la fuerza.

"Las Cíclopes se apresuran a contestarle:

"—Puesto que nadie te ultraja en tu soledad, no es posible apartar los males que te envía el gran Zeus; pero puedes dirigir tus votos a tu padre, el poderoso Poseidón[...]